sábado, 6 de marzo de 2010

Preguntas y respuestas

Cuando no quieres saber una respuesta, sencillamente no haces la pregunta. Te quedas con la incertidumbre, con el doloroso cincuenta por ciento de probabilidades, porque al fin y al cabo todo acaba reducido a un sí, o a un no; desde las cuestiones más triviales hasta las preocupaciones más hondas. Nos movemos en términos bipolares, en la oposición binaria y no sólo para nuestros mitos, cuentos o cultura en general. Para entender cada historia, para poder comprender e ir más allá siempre necesitamos adjudicar los papeles: el bueno, el malo; el príncipe, la princesa; el lobo, caperucita; el mentiroso, el sincero... Y sin saber muy bien cómo, acabamos viviendo en aquel estúpido juego de ni sí ni no ni blanco ni negro. Prohibidas esas cuatro palabras, las alternativas, pese al riquísimo vocabulario español, se reducen proporcionalmente y sólo se logra decir a veces, quizás, tal vez, puede...
Joder, nos quedamos sin palabras si nos quitan la oposición de binarios, la radicalidad, el término medio y su virtud.
En fin, no sé muy bien por dónde seguir, no sé qué quiero escribir, pero sé que lo necesito, que me ahogo si no lo hago, que algo me impulsa, me llena de ímpetu... quizás mi propia rabia, mi propia parquedad de palabras ante esa ausencia... ¡Ah, las ausencias! Si algo he aprendido con toda certeza de Lyotard, es que las puñeteras ausencias son lo más presente y, a su vez, hay presencias que, en tanto que ausencias, hieren más que el propio vacío, más que las armas que empuñan los niños en países donde los sueños no llegan ni a caballos de cartón ni a espadas de madera.
El mundo se va a pique, cambia el eje de la tierra, la naturaleza se rebela tras tantos años de mansa servidumbre, las familias se destrozan, la muerte acecha a cada paso, el aire se vuelve raro y yo no sé qué hacer. Yo sí que estoy desorientada, perdida, chalada de remate. Me molesta la música y el silencio, la luz y la oscuridad, el día y la noche, el sueño y la vigilia, la risa y el llanto... me molesta expresarme en términos radicalmente opuestos, y me molesta no saber si soy la mala o la buena, si esto tiene algún sentido o carece totalmente de ello.
Odio las incertidumbres.
Por eso me obligo a dar con las respuestas, aunque no quiera saberlas. Porque el masoquismo en ocasiones no es más que otra forma de victimismo. Y el victimismo te exime de ciertas responsabilidades, como si te concibieras en un síndrome de Estocolmo permanente, sin posibilidad de sentir culpa alguna, ¡aunque paradójicamente eso sea lo que sientas!
Pero sobre todo, a lo que me obligo, es a no rendirme, a no tirar la toalla, a luchar aunque sea ciegamente porque, y es una gran verdad, ninguna causa está perdida mientras haya un insensato (o insensata, en este caso) que la defienda. Y más cuando la causa en sí es tan sumamente importante, tan sumamente decisiva...
No me valen las excusas, no me vale el derrotismo, ni el abandono.
Haz algo por tu vida y deja de quejarte y de lamentarte. Si algo te importa, vas a por ello y cometes todo crimen que tu corazón exija. Y no digo crimen literal. Pero sí el asesinato de tu propio miedo, de la incertidumbre, de las lágrimas...
Sé que me lo he buscado.
Yo he sido la que quería conocer la respuesta, sin necesidad si quiera de hacerme la pregunta.

1 comentario:

Pasen y vean.