miércoles, 23 de abril de 2014

Página par, página impar.

Página par.
Página impar.
Página par.
Página impar.
Página…

No sé en qué página me enamoré, si fue en un diálogo o en una descripción, si fue de ti o del reflejo en que quise verte. O puede que fuera por salvarme. No sé, pero en alguna página, puede que en un margen o en una nota a pie, me enamoré. Y tal vez fue solo una frase, una referencia, un azucarillo de café, pero fíjate, la esquina doblada y el lápiz sombreando lo atestiguan: en esa página, palabra o número fuiste tan mío que tu nombre me nombraba y, cambiando el referente, las reglas y el juego, en otra realidad, otro espacio y otro tiempo, y sin dejar de ser yo, te lo juro, caí rendida y te sentí tan de tanto, tan hondo, entre las tapas y sus solapas, el título y el autor, el olor a papel viejo y a hojas nuevas, que me enamoré.
Y fue, como lo son todos los amores, una locura; yo, cargada de carne, huesos, sangre, y tú, tinta, tinta, tinta. ¿Cómo besar unos labios que no besan ni hablan? ¿Cómo abrazar el vacío y pretender que sea tu cuerpo? ¿Cómo bailar en cada hojeada sin cortarse? Y las preguntas que rebotan, de una yema herida a la otra que no termina de cicatrizar, y que van y vienen, del principio al fin, del epílogo al prólogo, se detienen en cada capítulo, en sus páginas, incluso en aquella en que sin saber cómo, cuándo, dónde ni por qué, me enamoré.
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Suena: When the Love Falls, Yiruma.
Desde mi ventana: algunas luces al fondo en este día de rosas y libros que expira lentamente.




Este relato también puedes encontrarlo en mi libro: Mi propia ingravidez.