sábado, 31 de diciembre de 2016

A mi 2016

Te escribo con la tranquilidad que sólo da el tiempo a quienes han aguardado tantos instantes, apurado hasta el último trago o la calada que quema en los dedos y los labios; te escribo con esa parsimonia que me concede el saber que podré esperar hasta la duodécima campanada y tú no estarás allí para mirarme. Y los dos lo sabremos. Te buscaré en esos otros abrazos, entre el júbilo y el jolgorio, la copa que se vacía con cada brindis y el fuego que prende la leña y danza sinuoso ante mi mirada y tu ausencia. Te buscaré y no te encontraré: has alzado el vuelo como el pájaro libre que ahora eres y en este nido, de ti, sólo quedará un hogareño crepitar. Pero cuánta falta hace ese calor cuando se admira tan orgullosa un vuelo.
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Suena: la celebración de la vida, alguien trasteando en la cocina.
Desde mi ventana: la noche cerrada, la última de un año que tanto me ha dado. 2017, te han dejado el listón muy alto.
No dejéis que un te echo de menos se os quede atravesado en los labios. 365 días después y, salvo por las espinacas, podría haber escrito estas líneas en un rato, cuando cambiase el sol y su cielo raso por la noche cerrada y las luces de la Sierra.

Si queréis leer otro poquito del libro, podéis hacerlo pinchando aquí.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Tengo una tristeza

Tengo una tristeza en el pecho que ruge con la fuerza de cuatro tempestades y un león, que no le teme a nada ni a nadie y que acude sin necesidad de ser llamada. Tengo una tristeza que te mira a los ojos y te habla con el desdén de quien está de vuelta de ésta y de otras vidas. Tengo una tristeza valiente, una lágrima que recorre las mejillas sin pudor alguno, sabiéndose observada y, a ratos, envidiada. Tengo una tristeza que me ha ahuecado la carne para asomarse a la soledad de mis entrañas y el eco de su risa en mis vacíos se ha vuelto rumor de agua perenne. Tengo una tristeza que de tanto gritar se ha vuelto afónica y, a base de silencios, ha descubierto que el peligro del susurro es el mismo que el de la escritura: siempre hay quien aguarda unas palabras que quizá nunca llegan.
Ahora ya saben por qué estos trazos son, a veces, tan tristes.

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Suena: el rumor de la televisión encendida.
Desde mi ventana: hace un día de otoño; qué rápido se me ha pasado el año.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Novedades: ¡Estreno canal de Youtube!

Anoche, Fran Fernández volvía a casa por Navidad y me invitó a compartir el escenario de La Tertulia con él. Este es el mágico momento en el que mis palabras bailaron al son de su música. Feliz de habernos encontrado en el camino.



Espero que lo disfrutéis, queridos ingrávidos. Este es el primero de varios vídeos que iré subiendo y que podréis encontrar en mi canal de Youtube y en la pestaña de Vídeos. Ya sabéis que mi relación con la técnica (guiño, guiño, heideggerianos que andáis por ahí sueltos) es de amor-odio, así que echadme un poquito de paciencia... 

jueves, 15 de diciembre de 2016

Carta de amor

Amor mío, 
yo llegué a ti con las heridas del mundo
en los dos costados
y tanta sangre en las manos
que bien podría ser víctima o verdugo
y tú no hiciste preguntas.
Me invitaste a una cerveza
y me empeñé en brindar contigo
-quien ha estado al borde de sus precipicios
no tiene otra manera de contarlo
y los míos,
mis precipicios,
siempre fueron acantilados,
siempre tenían un mar rugiendo
y golpeando la roca,
como los vidrios cuando se entrechocan.

Amor mío,
yo que he medido
tantas veces sus alturas,
todavía sigo asomándome
para cerciorarme de las distancias,
por si me equivoco,
por si los olvido
o porque el culpable
tarde o temprano
regresa al lugar del crimen.
Que quien tiene los ojos viciados,
ve siempre lo que quiere ver
y los míos han llorado tanto
que les son ajenos los paisajes
sin gotas de rocío en cada una de sus flores;
incluso en las más hermosas,
precisamente en esas.
Nunca hubo tanta belleza exenta de dolor
como la primera vez
que amanecimos juntos:
el sol entrando por la ventana
y las sábanas tan blancas,
el pelo tan alborotado,
tu pecho desnudo
y yo con tu camisa de rayas,
como si se multiplicaran así
tus brazos y abrazos.
Y luego,
tus labios, la sonrisa,
la tranquilidad, el beso,
la sonrisa, los labios,
el beso, el beso, el beso...

Amor mío,
llegué a ti después de tantas casualidades
que cualquiera nos habría llamado destino,
pero qué tristeza pensar que todo estaba escrito
y que no era nuestra la firma,
por mucho que fueran
los mejores versos del mejor poeta.
Y es que,
aunque otras palabras
se me claven en las entrañas,
sabes que siempre preferiré
las que crecen entre estos dedos,
las que trotan en mis palmas
y se pierden en tu pelo;
esas mismas palmas
que tan sangrantes acogiste sin miedo.
Tú que me has visto reír
y llorar tirándole piedras
a ese abismo de rocas y sal.
Tú que sabes que si me asomo demasiado
el vértigo pasa de susto a seducción
y siempre tienes un beso a tiempo,
en la frente.
Tú que me has visto recomponer mis pedazos
y no lo olvidas,
y no dejas que yo lo olvide.
Tú al que llamo amor mío cuando escribo.

Y ahora
he olvidado cómo poner
el punto y final cuando hablo de ti,
pero no que hay te quieros afilados,
muy afilados,
que duermen eternos
entre los dientes
y otros, amor mío,
que van a parar a poemas como éste.

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Suena: la lluvia que se estrella con furia y fuerza contra mis cristales.
Desde mi ventana: las luces titilan y se desdibujan.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Recuerdo de Edimburgo

El sol entra por la ventana y calienta el escritorio y el lomo de Malena, tumbada sobre los apuntes ignorando que Locke provenía de una familia de parlamentaristas. La miro y pienso: «De todos los lugares de la casa, tuvo que enroscarse sobre mi temario»; y a falta de cigarrillos en blanco y negro, bebo un sorbo del té que se enfría lentamente a un lado. Ni siquiera el trino de los pájaros consigue despertar en ella un mínimo interés; sus orejas, siempre atentas, apenas sí se mueven ahora.
Mi vecino ha puesto música y suena a los años cincuenta. Me imagino abrazada a tu cuerpo, con la cabeza sobre tu hombro, con las luces bajas y me pregunto si él también estará bailando en el salón de su casa. Son los compases de Only you y, de pronto, quisiera pasarme lo que queda de día anclada a tus brazos y a esa canción. Nos imagino envejeciendo juntos, como en cualquier película de lágrima y sonrisa fácil, pero no te lo digo -lo escribo, que es peor, pero a estas alturas tampoco vas a sorprenderte con esta confesión.
Malena se ha subido al alféizar y los compases se repiten con intervalos de silencio -tal vez sean besos. La Sierra, al fondo, está tan blanca como el lomo de la gata y se me van los dedos de las manos si cuento los años que hace que no la piso. Me digo que tenemos que subir un día de estos y qué fácil resulta hacer planes cuando se tienen tantas cosas que hacer, me añado a mí misma mientras vuelvo a los folios. Escribo y rasgo el papel: «Hume, vida y obras», y el bolígrafo refleja este sol como si diciembre me sacara la lengua y Malena trata de atraparlo -el bolígrafo y puede que diciembre también- entre sus garras. Tintinea su cascabel y el grito de un niño llamando a su abuelo para que le mire me transporta sin remedio a los días eternos de la infancia.
«Hume, vida y obras», me repito con falsa disciplina y pocas ganas. Cualquiera se concentra con tanta vida al otro lado de la ventana, con la paz que traen los domingos, aunque hoy sea jueves y festivo -o precisamente por eso, porque es jueves y festivo, y llevamos la semana plagada de domingos. Esa melodía lejana, puede que desde un tocadiscos para hacerlo todo aún más idílico, me confirma por cuarta o quinta vez que only you can make this world seems right Recuerdo entonces Edimburgo y la estatua de David -total, ya hay más que familiaridad con él- a un lado de la Royal Mile y las esperanzas de tantos estudiantes depositadas en el dedo gordo de su pie. Nos recuerdo helados de frío y cagados de miedo la noche que vimos su tumba en el cementerio y la ciudad a nuestros pies, sus luces y sus fantasmas, y lo abrazados que nos dormimos después. Recuerdo Edimburgo, sus intrincadas calles, sus empinadas cuestas y mi asfixia subiendo al extinto volcán, when you hold my hand I understand the magic that you do, el semáforo en el que nos besábamos día tras día porque siempre estaba en rojo y los callejones que te detenías a fotografiar. Y parece que haga siglos de aquella lluvia, de la cafetería, de los haggies y de la paella con romero; hoy que es otra la paella que me espera en la mesa, hoy que el sol se refleja en la nieve de nuestra Sierra, hoy que bailan en el salón de al lado y un niño llama a su abuelo para que le mire. Malena hace otro tanto y se tumba boca arriba sobre los apuntes para que le rasque la barriga; de un momento a otro se cansará y se revolverá con furia, agitando sus patas y clavando sus uñas en mi brazo.
La música ha dejado de sonar y ya sé que escribiré este texto. Cuando termines de leerlo, llámame. Sé que no podrás prometerme que volveremos, pero para poner el punto final fingiré que al otro lado del teléfono tu voz -«¿tú quieres?»- me lo prometerá y, aunque luego nunca volvamos, afortunadamente Hume no se tiene por qué enterar.
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Suena (por cortesía de mi vecino): Only you (and you alone), The Platters.
Desde mi ventana: El sol cae sobre algunos tejados y Malena vigila atenta sus rayos.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Sobre el tapete verde

Teníamos todas las de perder y por eso no nos importó hacerlo. Con el cansancio de quien se ha arrojado desde todos sus precipicios, te mostré las cartas en la primera mano: «O vas o te achicas». Mis ojos escudriñaban tu iris y tu pupila, tan impasibles como si tuvieras varias vidas. Y fuiste; fuiste para subir la apuesta: «No soy de los que se achantan», respondiste sin quitarme la vista de encima. «Ni yo voy de farol», te advertí y comencé a desnudar mis heridas: «¿Ves esta? Es la de la adolescencia. Y aquella otra es el recuerdo de unos labios que me quemaron las comisuras; en comparación, a qué poco saben los besos que traen billete de vuelta. En el otro costado tengo una cicatriz horrorosa, pero esa me da vergüenza que la veas porque de vez en cuando sigo hurgando en ella». Barajabas como si nada, como si todo, pero cuando cortaste el mazo también te partiste en dos: «Siempre será especial por mucho que ya no la quiera», y supe que no podría competir jamás con el recuerdo de ella. «¿Sabes? Cualquier baraja trae cuatro reinas y tú eres la tercera», susurraste y te imaginé quitándome las medias. Sin embargo, temblabas más tú que mis piernas: «Parte y reparte, que de esas historias ya estoy muy de vuelta». La mano fue a tu favor y me contaste las costillas de dos en dos: «¿Cuál será en la que te detengas para hablar de mí?», preguntaste con tanta nostalgia como certeza. Me reí porque habíamos empezado a dar mucha pena: «Supongo que podría ser en cualquiera». Las besaste para barrer resignado la mesa: «Cualquiera estará bien», y sonreí satisfecha.
Te pedí la revancha y las cartas volvieron a colarse entre nuestros dedos. Teníamos todas las de perder y por eso nos la jugábamos; por eso perdíamos y por eso no nos importaba demasiado hacerlo. Las derrotas sólo eran horas muertas de las que, afortunadamente, podíamos perder la cuenta.
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Suena: Mad World, Michael Andrews ft. Gary Jules.
Desde mi ventana: hoy escribo frente a un ventanal del que cuelgan cintas y otras plantas verdes, pero sé que fuera la Sierra luce hermosa su manto de nieve blanca. Ha empezado a hacer frío de verdad y yo siento que Sabina me ha robado, además de abril, los otros meses del año.