Y al volver la vista atrás lo que
se ve no es la senda que no se ha de volver a pisar, sino los pasos, las
migajas de pan que marcan el camino de regreso. Cada adoquín, cada huella y
traspiés es un segundo de descuento hasta el próximo beso, hasta el próximo
abrazo, hasta ese verso inconcluso que son tus labios cuando la despedida asoma
a las comisuras y la prisa tiene la última palabra.
Qué bonito que el poeta se
equivoque. Qué bonito haber dejado de ser estatua de sal y recuerdos. Qué
bonito contarlo en pocas líneas. Y qué bonita esa sonrisa de que seas tú –menos
ciudad y más tú, tú al fondo y tú a lo lejos, tu cuerpo y tus manos, en los
bolsillos o sobre el pecho-, tú, y no las estelas en la mar o la barbarie
destructora, lo que encuentran mis ojos si mis talones deciden girar sobre sí
mismos. Una vez; girar. Luego otra; girar, girar. Y otra más; que puestos a girar, que sea sin parar.
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Suena: Cantares, Serrat.
Desde mi ventana: la ribera, el
paseo, los árboles tiñéndose de ocres pero, aún tímidos, no han comenzado a
desvestirse de sus hojas…