Tengo una
tristeza en el pecho que ruge con la fuerza de cuatro tempestades y un león,
que no le teme a nada ni a nadie y que acude sin necesidad de ser llamada.
Tengo una tristeza que te mira a los ojos y te habla con el desdén de quien
está de vuelta de ésta y de otras vidas. Tengo una tristeza valiente, una
lágrima que recorre las mejillas sin pudor alguno, sabiéndose observada y, a
ratos, envidiada. Tengo una tristeza que me ha ahuecado la carne para asomarse
a la soledad de mis entrañas y el eco de su risa en mis vacíos se ha
vuelto rumor de agua perenne. Tengo una tristeza que de tanto gritar se ha
vuelto afónica y, a base de silencios, ha descubierto que el peligro del
susurro es el mismo que el de la escritura: siempre hay quien aguarda unas palabras que quizá nunca llegan.
Ahora ya saben
por qué estos trazos son, a veces, tan tristes.
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Suena: el rumor de la televisión encendida.
Desde mi ventana: hace un día de otoño; qué rápido se me ha pasado el año.
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