-¿Te acuerdas
-me dirás pausada- de cuando teníamos que correr a buscar en los libros las
frases subrayadas, los poemas marcados, las palabras a lápiz y las esquinas
dobladas para saber quiénes éramos?
Te escucharé y
sonreiré con la dulzura de una nostalgia cogida a tiempo, como cae la tarde
cuando nada se espera y todo duele y todo se recuerda. Probablemente me mire
las yemas de estos dedos tan acostumbrados a cortarse al pasar las páginas, tan
apegados a la herida breve que no se sabe cuándo, pero que, al final, siempre
cicatriza. Tamborilearán disimulando sobre una taza de té o un botellín de
cerveza. Y cuando la lengua me roce el paladar y la palabra vaya a posarse en
mis labios, los tuyos -siempre tan rápidos y tan envenenados- dibujarán un
mohín justo antes de callarme para decir:
-Pues esas
frases, los poemas marcados, las palabras a lápiz y aquellas esquinas dobladas
ya no nos cuentan. Hemos dejado de ser sus historias y no sé si me quedan
fuerzas para crear otras nuevas.
Te miraré con
el pecho partido en dos, regado puede que en teína o puede que en alcohol.
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Suena: el tic-tac del reloj, el
trino de los pájaros, algunos coches y estas teclas que se arrastran lentas.
Desde mi ventana: el cielo está azul
y no hay rastro de nieve en la Sierra.