De nuevo en la brecha, amigos míos, otra vez.
Shakespeare
Ninguno lo sabe, y todos se miran
como buscando en el rostro de los demás la respuesta. Ahí están, como en una
obra de teatro extraña, como si algo les retuviera en el escenario y quisieran
salir, escapar, huir, bajar al patio de butacas… pero antes necesitan saberlo.
La pregunta ronda sus cabezas y se estrella en cada pensamiento. Pero ninguno
lo sabe, nadie les ha dicho cómo han llegado hasta allí, simplemente hubo un
momento en el que estaban y ya.
Reconstruir sus pasos es como
contar un sueño; les faltan las palabras y cuanto más lejos del amanecer, más
confuso y disparatado se vuelve todo. Se miran, se buscan y quieren salir, pero
no pueden hacerlo porque no están en ninguna parte. Podrían describir
perfectamente el suelo, el mobiliario, lo que ven y lo que sienten, incluso
aquello que desean; podrían remontarse y tratar de darse una entidad y acabar
perdiéndose en las palabras, arrancándoles de cuajo todo significado, dejándolas
vacías, despojadas de todo, de voz, de trazo, de rasgo… volverlas informes y
deformes, ahorcarlas en su propio discurso… Nada. Tratando de decirlo todo,
incapaces de decir nada; a medio camino entre la vida y la muerte, como un
constante estado vegetativo.
“-¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
–se preguntan- ¿Qué hubo antes de ti, antes de esto, antes de este
intersticio?”
Y sólo le responde el eco, porque
no hay nada, y tus palabras vacías son las mías también. Como con las cosas
importantes, no hay nada tangible, todo se desvanece al primer intento de
poseerlas. Huyen. Como quisieran ellos, ellos que no pueden porque no saben, y
al no saber, están condenados al deseo de saber y a temer cuando el
conocimiento se aproxime. Y entonces, quizás, sólo tengan la certeza de que
nunca hubo nada, ni antes ni después, ni siquiera en ese momento, ni en estas
palabras, ni en otras.
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Suena: Memories in my eyes, Yiruma.
Desde mi ventana: noche y restos de lluvia.