Y si fuéramos tan felices que no tuviéramos que dar
explicaciones. Si la nuestra fuera esa felicidad de la gente corriente, la que
levanta ampollas y murmullos en las vidas grises. Un lugar al que llamar hogar,
el plato favorito sobre la mesa después de un día largo, pasear despacio y
detenerse en los escaparates. Unos dedos ensortijando el pelo a la hora de
dormir, un beso de buenas noches cuando los ojos no resisten más y tantos despertadores
como sean necesarios para salir de la trinchera de las sábanas y los brazos. Un
trabajo del que sentirse orgullosos, una cuenta conjunta, sobres a nombre de
los dos que contengan algo más que facturas.
Y si fuéramos tan felices que no tuviéramos que dar
explicaciones.
Y si fuéramos así
de felices y nos volviéramos a encontrar.
Y si tú esbozaras la leve sonrisa del tiempo y la
distancia, la corrección del amor lejano hecha curvatura; y si yo te mirase
como si nunca hubieras dejado de ser el amor de mi vida y se me empañaran hasta
las entrañas. Y si nuestras manos, culpables, se aferrasen a las que las
sostuvieran y pasáramos sin más, como si nada. Como si de pronto necesitáramos
explicarnos que esa felicidad era la felicidad que ansiábamos cuando estábamos
juntos.
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Suena: City of Stars, Ryan Gosling (BSO La La Land).
Desde mi ventana: el té, la tarde y la conversación han ido cayendo letamente. Y qué preciosa está la Sierra con tanta nieve y con el cielo tan azul.
La vida (y el amor) es aquello que pasa mientras tú haces planes para el futuro.
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