
domingo, 30 de mayo de 2010
Zapatos de tacón.

jueves, 27 de mayo de 2010
Noches tontas
Ismael Serrano
¿Cómo empiezan los cuentos?
¡Ah sí...! Érase que se era...

jueves, 20 de mayo de 2010
Sol de mayo.
viernes, 14 de mayo de 2010
¿Qué debe ser vivir?
Imaginen por un momento, un enorme recinto cerrado, un auditorio, por ejemplo, el Palacio de Congresos de Granada. Imaginen también un escenario, el salón de un piso, un sofá rojo, un mueble bar, libros y un globo terráqueo, por poner, incluso una cocina que no se ve, pero que, de tener hambra, sabríamos que podríamos encontrar tuppers de cocido en la nevera. Imaginen una vez más que las luces se apagan, que empiezan a salir músicos y que, en un momento de locura y de delirio colectivo, aparece, digamos... Ismael Serrano. Bien, dejen de imaginar. Ayer, 13 de mayo (felicidades de nuevo, Fátima) yo estaba en el Palacio de Congresos de Granada, en un escenario que invitaba, nunca mejor dicho, a sentirse como en casa y en la inmejorable compañía de Ismael y sus canciones.
Quizás, para alguien que no me conozca, puede resultar ésta, una crónica de quinceañera a punto de desmayarse. Quizás sea un poco así. Bueno, espero que no. Lo que pasa es que a veces nos avergonzamos de los sentimientos que nos pueden suscitar acordes, voces y melodías. Porque nos da miedo reconocer que no somos insensibles al mundo que nos rodea, que tenemos un corazón que se emociona con las pequeñas, y con las grandes, cosas. Porque tememos ser de ese modo más vulnerables, derrumbar los muros de nuestra propia fortaleza. Porque creemos que eso son cosas de niños.
Pues bien, lo reconozco. Soy una niña.
Y anoche sólo me faltaron las coletas, porque las chuches las llevaba en el bolso.
Zona D, fila 5, asiento 14.
Escrito así me recuerda a las coordenadas de algún mapa que condujese al tesoro escondido, quizás en una isla, quizás en algún corazón solitario. Ahí estaba yo, al lado mi amiga Irene, y en el escenario, Ismael. ¿Tres íes? Me acabo de dar cuenta, qué gracioso... Y bueno, acabo de leer en el IDEAL digital que el concierto empezó con veinte minutos de retraso; la verdad, es que no me di ni cuenta. A mí me supo a poco.
El tiempo es algo sumamente relativo y, siempre pasa lo mismo. Cuando uno está agusto parece que las manecillas se empeñen en correr, mientras que, en el caso contrario, se lo toman tranquilamente.
Pero bueno, me dejo ya de prólogos y paso a hablar de las canciones. Que no sé por qué, pero me da que se me está quedando bastante larga. Si es que me cuesta eso de no expresar cada una de las ideas que cruzan esta cabecita loca...
La primera de las canciones que sonó fue Vuelvo, del nuevo disco. ¿Volviste, Ismael? Nunca te habías ido. Después vinieron otras canciones como Espejismo, también de Acuérdate de vivir. La tercera, Amores Imposibles, que introdujo con un pequeño diálogo:
-Señor Bergia, ¿usted cree en los amores imposibles?
-Yo creo que sí.
-O sea, ¿qué existen los amores imposibles?
-Pues parece que sí.
-Pues ¿sabe qué? Yo creo que no. Creo que si existieran amores imposibles sería un oxímoron. Creo que son términos contradictorios que no debieran conjugarse jamás en una misma frase, porque finalmente no hay que dar nunca ninguna batalla por perdida y la excusa más cobarde suele ser siempre culpar al destino...
Cómo me gustaría creerte, Ismael, cómo me gustaría pensar que llevas razón, que el oxímoron no debía ser más que una figura literaria y que las batallas no se pudieran dar nunca por perdidas, más aún si las libra el corazón... ¿Que si lloré? Pregunta absurda. Las lágrimas ya habían empezado con la primera de las canciones, pero negar que esta tuvo algo especial...
Después sonaron Ya ves y Te vas, canción que me emociona. Que me recuerda, como tantas otras, a un corazón que me dejó el mío por la mitad. Él también se fue a la ciudad definitiva, se fue sin mí y yo tampoco le fui a despedir. Una historia más, una canción más, sentimientos quizás encontrados o tristemente desgastados.
El virus del miedo me recordó que tengo que seguir siendo una valiente y enfrentarme a todo aquello que creo que se me queda grande, a todo lo que me asusta incluso, y con perdón, a lo que realmente me acojona. A las cosas importante, pero importantes porque me importan, no porque objetivamente lo sean.
Luego le siguieron Regalo para un primer cumpleaños y La huída. Lo siento, me voy a extender, lo sé. Pero La huída es mi preferida. Sin lugar a dudas. Amo la sencillez de la historia y siento una gran envidia de esa muchacha que, como yo, tampoco sabía mentir y va aprendiendo a base de... no sé, a base de experiencia, supongo. La candidez con la que se mezclan las palabras más dulces y tiernas con los deseos más profundos. Y yo, la cantidad de veces que he apretado contra el pecho la carpeta, sintiendo el peso del mundo, la forma en que oprimía, las veces que me he derrumbado sobre la acera y, pese a todo, he seguido andando y recorriendo esa eterna calle en la soledad que me invitaba a evocar el mar del sur y de tus ojos. Esta canción me recuerda a ti, lo siento. Hay cosas que son inevitables. Y ésta es una de ellas.
No reconozco, Vértigo, Mensaje en el contestador... ¿cómo no detenerme en cada una de ellas? Bueno, haré un esfuerzo. Sólo diré que la última, es de mis favoritas del disco. Breve pero intensa. Ya quisiera yo un mensaje así en el contestador, aunque claro, lo tengo desactivado... Cuando escucho esta canción me dan ganas de ponerlo otra vez, sólo por si alguien tuviese la genial idea de dejarme grabada su voz; pero va a ser que no.
Después sonaron los compases de Si se callase el ruido; curiosamente, cuánto más la escucho, más me gusta y eso que al principio no me hacía demasiada gracia. A continuación, Recuerdo, esencial e indiscutible en la discografía de Ismael, una historia de amor hecha melodía. Ahí volví a agradecer la ausencia de maquillaje, y muy especialmente del rimmel; habría sido una auténtica catástrofe de ríos azabache... aunque no tan dolorosa como ese viaje en metro, como esos bostezos cómplices que presagiaban un desasosiego más para el continuo latir, tal vez demasiado real, un clavo ardiendo, el del mismo adverbio quizás, el de la esperanza.
Ya quisiera yo, Balance, No estarás sola... ¿de verdad, Ismael? ¿Me lo prometes? Igual que se le promete a los niños que los monstruos no habitan en la oscuridad, igual que los enfermos nos aseguran que todo saldrá bien mientras contemplan por última vez, igual que en silencio se prometen besos que nunca llegan, igual que nos aseguran día tras día que veremos un nuevo amanecer... miénteme si hace falta, Ismael, pero prométemelo cada vez que le dé al play, cada vez que estropee tu voz con la mía.
La extraña pareja, Podría ser y Sucede que a veces. Final del concierto, con una canción que me anima especialmente, que me recuerda que todo puede cambiar de un momento a otro, que los días grises pueden acabar azules. Pero, ¡ay Ismael! Somos un público insaciable y no nos importó desgañitarnos al grito feroz de ¡Otra! ¡Otra! Así que apareciste otra vez en escena. Al bando vencido y Tierna y dulce historia de amor. Mi locura ahí fue máxima. Adoro la historia entre la colegiala y el político. Fue sentir los primeros compases y lo tuve más que claro. Me levanté de mi asiento y, de pie, me puse a cantar y a bailar, a dejarme inundar por la música, a que me abrumasen los sentimientos, a vivir y a sentirme viva.
¿He dicho ya que éramos un público insaciable? Las luces del Palacio de Congresos dieron por finalizada la actuación, pero nosotros seguimos coreando y dando patadas en el suelo, yéndosenos la vida en ello. Por un momento temí que la estructura cediera, pero está bien curtida a base de públicos como el de anoche y resistió. Igual que lo hicieron nuestras voces, los gritos que escaparon a nuestras gargantas cuando él, el cantautor, Ismael Serrano, apareció de nuevo. Abandoné mi asiento 14, fila 5, zona D para bajar a los pies del escenario, para sentir su cercanía y el calor de todos los que también habían abandonado sus asientos para entregarse a las últimas canciones, para dejarnos juntos la voz con Eres, la descripción que cualquiera desearía oír de labios de la persona amada, y con Papá cuéntame otra vez, con una fuerza y una furia desatadas que no podrían recogerse en palabras.
El reloj marcaba más de las doce. El cuento de la Cenicienta se iba acabando. Pero, por suerte, no perdí ninguno de mis tacones y mi hada madrina parece que estuvo más generosa de lo habitual porque tuve la genial oportunidad de estar con Ismael que, pacientemente, esperó a los que nos habíamos congregado para robarle un poco más de tiempo, para hacer eterno el instante y el recuerdo algo tangible. Me firmó el disco y se sacó una foto conmigo, actual foto principal del Tuenti, por supuesto. Pero lo más importante, pude darle una carta que tenía para él. Sí, si alguien ha llegado hasta aquí en su lectura, rematadamente pensará que soy como una quinceañera estúpida y todo eso. Pero me da igual. Cumplí con mi sueño, con mi ilusión y con mi locura, ¡y hay que cometerlas para decir que hemos vivido!
De nuevo, gracias, Ismael.
sábado, 8 de mayo de 2010
Sabiduría infantil
Desde mi ventana: cielo radiante de mayo, el sol molesta en los ojos.