Cae la noche tenue
primero y luego oscura, cae silenciosa y vacía después de haber visto más
estrellas en tus ojos que en el firmamento. Cae esta noche por su propio peso,
por el de toda esa luz que cobijas cuando te ríes, y qué bonita es esa risa
cuando es sincera, y qué lejana se me antoja desde que ya no me esperas. Cae la
noche y estos dedos, lentos y torpes, aporrean las letras y las teclas, y si la
vida es una delgada línea, se empeñan en engrosarla con absurdas
yuxtaposiciones o conjunciones copulativas, y te claman y te nombran y ya no me
esperas.
Cae esta noche
a mis espaldas y la ciudad se viste de feria, titilan sus neones y la fluorescencia
de sus farolas, y yo quisiera ser sombra que se oculta en sus fachadas o puerta
entreabierta que golpea sin cesar, tal es mi insistencia. Cae la noche, bien lo
sabes, y desde tu ventana te asomas a una calle desierta, te asomas despistado
mientras hierve el agua o se hace la verdura a la plancha o te llevas a la boca
cualquier cena.
Cae la noche y el día por fin pasa y, con él, esta
manía de pensarte también se acaba. Cae la noche y yo rendida tan lejos de tu cama.
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Suena: el cascabel de Malena.
Desde mi ventana: cae la noche, como no podía ser de otra manera.
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