Te diría que
el otro día pasé por tu calle y me detuve unos instantes frente a tu puerta
igual que el asesino regresa al lugar del crimen, aunque el cuerpo y la casa
estén fríos, y encuentra cierto placer en ello. Fue un tiempo impreciso y
escaso, como si una capa de casualidad pudiera revestir la premeditación de mis
pasos, estos pies que piden a gritos que les sea devuelta su rutina y su
camino. Fue un tiempo impreciso y escaso, de esos que no llaman la atención ni levantan
sospechas entre los vecinos; ya sabes, pasaba por aquí. Me detuve frente a tu
puerta y a mis dedos les quemaban las yemas y no encontraron el modo de apagar
ese fuego. Podría haber tocado el timbre a sabiendas de que su eco resonaría
por la escalera y ya está, que la puerta no se abriría; podría haber salido
corriendo como los niños que buscan divertirse a costa de cualquiera. Sin
embargo, no hice nada, sólo contemplaba la madera y el edificio desde la otra
acera.
Te diría que
las ventanas estaban cerradas y la persiana en su sitio, como si acaso ese
hubiera sido el motivo de guiar hasta tu calle mis pasos: comprobar que todo
estaba en orden. Luego seguí andando y lo demás, las aceras, las obras y los
comercios, también seguía igual; jodidamente igual. Suele suceder con las
ausencias que el mundo no se detiene a llorarlas, pero estos ojos han sido
embalse y pantano, torrente y río, porque estos ojos se deben a mi vida y no al
mundo. Llegué hasta la fuente y el agua manaba generosa y fría; cortaban la
piel y los labios esa gota torpe prendida en la comisura izquierda de la boca,
ese aire con complejo de cuchillo. Y era tan temprano que pareciera que
habitaba una ciudad fantasma, una ciudad herida sin tu abrazo.
Te diría que
después vino la urgencia de las burocracias a deshacer el hechizo y sus
ficciones, que se impuso al recuerdo nostálgico y a la espera vana de
escucharte pronunciar, entre todas tus palabras y todas nuestras llamadas, ese
verbo que sacude a los amantes, ese que se vuelve acorde rendido y desesperado.
Y sin dejarlo todo, si me lo hubieras dicho, no me habría detenido en tu puerta
el tiempo suficiente para no levantar sospechas, para constatar que tus
ventanas estaban cerradas y que, de toda la ciudad, tu ausencia sólo podía
sentirla yo.
Hacía un frío
del demonio la mañana que pasé por tu calle y volver al lugar del crimen
tampoco pudo reconfortarme.
___________________________Suena: Pasaba por aquí, Luis Eduardo Aute
Desde mi ventana: en el cielo de la noche se adivina alguna estrella y alguna luz en alguna casa.
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Pasen y vean.