Qué difícil
habrá sido, amor mío, dejar desnudas las estanterías, los cajones y los
armarios; qué ajenas y extrañas se habrán vuelto las paredes y las
habitaciones. Como despojado un cuerpo de su carne, así de esquelético se habrá
quedado el piso, convertido ahora sólo en mármol y muebles, un sofá, un
televisor, un balcón cerrado al que ya nunca más nos asomaremos. Pensé tantas
veces en fotografiar aquellas vistas y ninguna lo llevé a cabo... Y aquel
molinillo de colores en el edificio de enfrente seguirá girando, aunque no sea
yo quien se detenga y lo observe y se deleite y vuelva a los jardines de la
infancia. Qué difícil, amor mío, vivir en una constante despedida, este arrojo
sin piedad a la cuenta atrás; otra vez, otro junio más. Quizá por eso he
deshecho las bolsas donde ayer vacié mis rincones: el primer cajón de la mesilla,
un par de calcetines del segundo, algo de ropa en la silla, un par de perchas
en el armario, el hueco en el aparador del salón, la manta que arropaba
nuestras siestas, el secador del cuarto de baño, los tés en la cocina y el
infusor que olvidé y reposa y me espera entre tus cosas. Ahora mi cuarto huele
a limpio y todos esos objetos pródigos han encontrado de nuevo un lugar en esta
casa; hay quién dirá que han vuelto a su sitio y qué equivocación… Dime tú,
amor mío, qué hago yo con dos cepillos para el pelo o dos barras de labios
moradas del número 42.
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Suena: la ventana
abierta, algún trino distraído, el rumor de agua.
Desde mi ventana: el cielo está
azul y no hay nube que cosa jirones a su estampa. Por fin este calor nos da
algo de tregua y sopla el viento, el aire fresco, y en frente de aquella que
fue nuestra ventana seguro que el molinillo sigue girando como si nada.
Si duele el corazón y no es un infarto tiene que ser un día como éste.
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