Como aquel asno torpe que
muere de inanición estando a una misma distancia de idénticos montones de heno,
incapaz de decantarse por uno, así miraba yo a mi pasado y a mi futuro: triste
y hambrienta. Uno, recorrido, y otro, promesa, no dejaban de ser riada, lluvia
torrencial tardía, y este campo mío, este pobre erial, se desbordaba y yo,
impasible, lo miraba. Posaba mis ojos sobre esta tierra igual que si fuera patria ajena, desconocida, pero carente de toda curiosidad o sorpresa. ¿Qué van
a contarme estas venas sobre la sangre que llevan, si fue su murmullo el que
propagó esta soledad, esta hambre, esta tristeza? ¿Qué sabrán unas lágrimas de
todo un mar? Y late el corazón y se seca la boca, y hay preguntas que se quedan
sin respuesta.
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Suena: un bolígrafo rasgando el papel, alguien que pasa unos folios y estas teclas que no paran.
Desde mi ventana: esta ventana, traslúcida, hace rato que ya no deja entrar ningún rayo de sol furtivo. En la biblioteca, a estas horas en las que escribo, todo son sillas vacías y me ronda el pensamiento aquel verso de Luis y supongo que, pese a tanta soledad, estoy rodeada de poemas.
Nadie lo ha podido expresar mejor que tú, el camino fronterizo que hay que recorrer sin saber muy bien a qué atenerse, si en la próxima curva estará, quizás, la evidencia de que estás en el sendero correcto, ese que saciará tu hambre y tu espíritu. Creo que falta poco.
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