jueves, 14 de diciembre de 2017

Ciclogénesis explosiva

Ahora que mi ciudad se ha vuelto otoño
y por fin llueve,
y se colman los diarios y las bocas
con la ciclogénesis explosiva,
como si nunca hubieran contemplado
la turbulencia de un derrumbe
-acaso son estas ruinas encharcadas
una mala costumbre sólo mía-,
y revolotean las hojas
y algunas caen sobre estos hombros,
tan encogidos por el frío,
que tiemblan porque es temprano
y el manto húmedo de la noche
nunca supo ser abrigo.

Ahora
-te decía-,
que es diciembre,
las luces serpentean los cielos y las calles,
y el año es el suspiro breve del cansancio,
mi mano derecha,
la misma que garabatea estas líneas,
pasea desnuda sus dedos y se interroga
por el destino del guante blanco,
seguramente ya sucio además de perdido.
¿Quién lo mirará con la desazón que
provocan los guantes y los zapatos de bebé
extraviados sobre las aceras?

Y pese a tanta orfandad y tristeza,
fíjate que lo peor sigue siendo lo siempre:
no saber cómo soportar,
en plena ola de frío,
el calor de mi mano izquierda.
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Suena: la lluvia contra los cristales de la ventana traslúcida.
Desde mi ventana: las primeras palabras me asaltaron caminando por una calle cubierta de hojas marrones y amarillas, el resto fue cosa de la lluvia y, por supuesto, del momento incierto en el que mi guante derecho decidió descubrir el mundo más allá del bolsillo del abrigo.

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