Trazamos un antes y un después, como cada último fin de semana de octubre. Detuvimos los relojes y le robamos una hora al tiempo, haciendo nuestro el carpe diem en su sentido más literal. Sesenta minutos que, sin pretenderlo, sin buscarlos y sin, si quiera, ser conscientes fueron absolutamente nuestros. Doblegamos al viejo Cronos a nuestros pies y los tacones se encargaron de acallar sus gritos con cada paso, cada golpe sordo, seco...
Dispusimos que aquello no acabara nunca y, en un eterno presente fregeano, siempre será verdad que fuimos dueños del momento, que las agujas se atrofiaron y la arena de los relojes se evaporó con el agua de la clepsidra, creando oasis sin espejismos.
Fue real lo irreal.
Y, mientras tanto, el tiempo dejó de transcurrir...
Pero toda Cenicienta tiene sus doce campanadas y, a nosotros, nos asaltó el repicar de las Angustias bajo un paraguas de color naranja...
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Suena: Por debajo de la mesa, Luis Miguel
Dispusimos que aquello no acabara nunca y, en un eterno presente fregeano, siempre será verdad que fuimos dueños del momento, que las agujas se atrofiaron y la arena de los relojes se evaporó con el agua de la clepsidra, creando oasis sin espejismos.
Fue real lo irreal.
Y, mientras tanto, el tiempo dejó de transcurrir...
Pero toda Cenicienta tiene sus doce campanadas y, a nosotros, nos asaltó el repicar de las Angustias bajo un paraguas de color naranja...
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Suena: Por debajo de la mesa, Luis Miguel
Desde mi ventana: Se escucha caer a lluvia, pero el cielo está demasiado oscuro como para ver algo...