miércoles, 31 de diciembre de 2014

Ese emotivo escrito al final del año...

 Admitamos, pues, amigos, el paso del tiempo y, con él, de los años.

[Pensaba escribir una entrada hoy, de ésas emotivas que llegan a la patata. Pensaba en un brindis por todo aquello que el año pasado deseaba fervientemente que se cumpliera y que, finalmente, no sé cómo dar gracias porque no haya sucedido. Pensaba también en alguna bonita reflexión sobre el tiempo y los balances, y los propósitos y las listas que se abandonan nada más empezarlas. Sí, iba a ser un poco típica pero, a la par, original. ¡Qué raro! ¡Un oxímoron! ¡Para mí! ¡Me lo pido! Incluso he estado tentada de escribir una carta a mi querida yo de hace trescientos sesenta y cuatro/cinco días para confesarle que con aquel cardado se parecía, tristemente, más a Amy Winehouse que a Brigitte Bardot… sí, qué le vamos a hacer, Bardot, ¡y madre!, sólo hay una. El caso es que el reloj me ha ganado la mano, y aún tengo que arreglarme para esta gran noche donde todo parece un poco más posible.
Pero, en fin, ¿cómo explicarlo? Le tomo prestados los versos al gran Manolo García, “si ahora pudiese estar mirando tus ojos, ¿iba a estar escribiendo aquí esta canción?”.
Pues eso, que, esta vez, el año que se va ha resultado ser el reverso de la canción, he escrito menos y vivido un poco más.]

[Y mirado tus ojos.
Mucho.
Mucho, mucho.]

 Brindemos porque mi querida yo de dentro de trescientos sesenta y cuatro/cinco días pueda repetir este brindis. Y porque vosotros, si queréis, alcéis vuestras copas conmigo.

¡Feliz año!

[Y sí, dirás que aún no han dado las campanadas, 
que me he adelantado 
y que todavía seguimos en diciembre, 
y… y tendrás razón.]
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Suena: 93 million miles, Jason Mraz

Desde mi ventana: el reflejo del flexo y la habitación en el cristal.

jueves, 6 de noviembre de 2014

En pocas líneas.

 Y al volver la vista atrás lo que se ve no es la senda que no se ha de volver a pisar, sino los pasos, las migajas de pan que marcan el camino de regreso. Cada adoquín, cada huella y traspiés es un segundo de descuento hasta el próximo beso, hasta el próximo abrazo, hasta ese verso inconcluso que son tus labios cuando la despedida asoma a las comisuras y la prisa tiene la última palabra.
 Qué bonito que el poeta se equivoque. Qué bonito haber dejado de ser estatua de sal y recuerdos. Qué bonito contarlo en pocas líneas. Y qué bonita esa sonrisa de que seas tú –menos ciudad y más tú, tú al fondo y tú a lo lejos, tu cuerpo y tus manos, en los bolsillos o sobre el pecho-, tú, y no las estelas en la mar o la barbarie destructora, lo que encuentran mis ojos si mis talones deciden girar sobre sí mismos. Una vez; girar. Luego otra; girar, girar. Y otra más; que puestos a girar, que sea sin parar.
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Suena: Cantares, Serrat.

Desde mi ventana: la ribera, el paseo, los árboles tiñéndose de ocres pero, aún tímidos, no han comenzado a desvestirse de sus hojas…

jueves, 9 de octubre de 2014

Entre septiembre y octubre.

 Quién siempre gana, nada sabe de la vida, pero pese a todas nuestras derrotas, tampoco sabíamos nada; si acaso atisbábamos aquello que nos nacía en la palma de la mano, que se nos escapaba entre los dedos cada vez que tratábamos de apresarlo. Nada sabíamos, es cierto, y septiembre llegó para pedirnos que creciéramos de golpe. Sin darnos cuenta, por supuesto, pero pasaron los días, los treinta, uno detrás de otro, y a los labios acudía el verso callado, el miedo a pronunciarlo demasiado alto, como si alguna suerte de sortilegio o maleficio fuera a arrebatárnoslo. El hábito hace al monje, y de sobra conocíamos el peligro de hablar antes de tiempo, de dejar de conjugar los verbos en subjuntivo, los temblores y contracturas que nos producía el presente de indicativo.

 Y ya ves, octubre ha venido pidiendo explicaciones, haciéndonos saltar por los aires todo engranaje viejo y oxidado; toda mecánica del corazón se ha desprendido del olor a naftalina, del verdín y del moho, del recuerdo de otros caudales que una vez fueron río y deshielo, inundación y tristeza de sal. Nos ha puesto en pie, nos ha revuelto el estómago hasta obligarnos a mirar, a fijar los ojos, la vista, las agallas en todo lo que sin saber, hemos sabido, y otra vez con Sabina, querernos como es debido.

 ¿Quién nos ha visto este octubre al que se le caen las hojas y en el que seguiremos necias y bisoñas, pero un poco más cerca de alcanzarla, de rozarle levemente su vestido a la vida…? ¿Quién diría, no sé, que ahora otras derrotas traen estas victorias, este beso sincero, esta mano entrelazada, este encontrarse un poco de nuevo…?

 ¿Quién? Y no habrá respuesta. No podremos tenerla.
 La mirada se nos acomoda al horizonte y, con la calma que trae tu presencia, deja de darnos la espalda, la media vuelta.
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Suena: Candombe para olvidar, Ismael Serrano
Desde mi ventana: la noche cerrada, las luces de la casa vecina, el cristal que refleja el paso de estos días...

sábado, 6 de septiembre de 2014

Y esta vez, septiembre.

 Y esta vez, septiembre.
 Septiembre que nos miraba tendido en el horizonte de la espera, en las últimas palabras de cada una de esas frases que se soñaban promesas, un futuro a medio conjugar, con sus tiempos y sujetos marcando el compás, el baile que tardaría algo más en llegar. Lo mismo que septiembre mirándonos tendido sobre un lecho de nubes, sobre el rumor de olas, sobre cada sinuosa carretera, los kilómetros de distancia entre todo un estío y el noveno mes del año. Y la impaciencia que, escapándose en el tamborileo de los dedos y las horas muertas viendo salir aviones, escuchando avisos enlatados por megafonía, se preguntaba por el acorde de tu voz, por la nota en la que se quebrase y cuándo el suspiro sería beso, un beso de septiembre, de bienvenida.

 Y esta vez, septiembre.
 Septiembre en los bolsillos, en tu rostro, en tus manos, en tus labios y en el subrayado de mis yemas recordando cómo eran labios, manos, rostro, bolsillos… como colegial indisciplinado, como una asignatura pendiente, como la memoria al tacto. Sin más excusas, sin más pretextos ni pronósticos. Sin más horizonte que los filos de estas sábanas. O el acorde de tu voz. O el beso de vuelta a casa.

 Y esta vez, así, por supuesto, septiembre.
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Suena: September gurls, Big Star.
Desde mi ventana: un inmenso cielo azul y, tras esta larga ausencia, la Sierra.

martes, 22 de julio de 2014

jueves, 26 de junio de 2014

Mar hacia el que caminar.

Me va a faltar mar hacia el que caminar…

Y la ciudad de las cuatro, con sus pasos de alcohólica y su espalda violeta, volvió de la página en que había sido enterrada, en la tinta del libro de poemas que reposaba en algún estante, en alguna parte. Y el balcón y la bucólica geometría perfecta, y la sábana y el haz de luz, y la ropa deshecha en una esquina y bajo la cama; la poesía prestada para la ausencia de palabras.

Me va a faltar mar hacia el que caminar…

Y el vértigo que grita que el mundo pare, el que siempre recoge flores en el vientre, regresa también de sus acordes, de la guitarra callada del altillo, de los trazos y las letras, de las cuartillas que, a falta de postales, son testigo y prueba del delito. Y como asesinos, volver al crimen. Y como ciegos, avanzar al tacto.

Definitivamente, me va a faltar mar hacia el que caminar.
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Suena: Girl from Ipanema, Kenny G.
Desde mi ventana: qué extraño el color de las nubes, entre gris, blanco y ocre...

domingo, 25 de mayo de 2014

El tiempo todas las batallas vence.

La promesa de casarnos a los cuarenta si no aparecía el amor de nuestra vida era entonces algo irrisorio, un modo rápido de solucionar una tristeza pasajera, un canto a la esperanza. Una broma entre amigos. Y quién podría habernos dicho que íbamos a ser nosotros los que desapareceríamos de ellas. O aquella otra promesa sellada con un escupitajo, porque nos iríamos de viaje juntas, a recorrer el mundo en un coche, y esa forma tan estridente de salir corriendo entre risas y gritos, atropellándonos para ser la primera en lavarse las manos. Pero, como la saliva, la amistad también acabó yéndose por el desagüe. Y aquella frase escrita en colores chillones en la agenda y la carpeta, año tras año, curso tras curso, dijimos para siempre y será para siempre, y ahora ese siempre tiene el precio de un café, una cerveza, un ocasional qué tal te va sin llegar a formar parte de los días. Y el te quiero, el modo en que se nos llenaban los pulmones y los labios, la boca y la lengua, te quiero, te quiero, te quiero… y de aquello, hoy solo queda un erial. O por supuesto, los yo te llamo la semana que viene, o la otra, y al final, la retahíla se repite una y otra vez en los momentos de rigor, cuando la cortesía puede a todo lo demás y ese todo lo demás no termina por llegar. Y la promesa de no perdernos cariño durante el verano que, tras resistir algo más de dos estíos, no pudo con el reencuentro de después. Y los volveremos que luego nunca vuelven y, de aquella primera ida, solo quedan las fotografías.
Tantos nombres que una vez fueron imprescindibles y hoy son un vago recuerdo, la nostalgia de una tarde de domingo.
—Escríbeme, te lo digo en serio. Soy una romántica, no puedo evitarlo, es algo que me encanta. Llegar al buzón, ojear rápidamente los sobres, buscar en alguno mi nombre… Escríbeme, ¿vale?
Que los años van pasando es algo que todos sabemos, pero que solo el tiempo nos demuestra. Y ahora, ya ves, todas esas cartas amarillean su soledad en el cajón de la ropa interior.
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Suena: La cita, Ismael Serrano.
Desde mi ventana: azul, jirones de nube y luz de mayo.





Este relato también puedes encontrarlo en mi libro: Mi propia ingravidez.

miércoles, 23 de abril de 2014

Página par, página impar.

Página par.
Página impar.
Página par.
Página impar.
Página…

No sé en qué página me enamoré, si fue en un diálogo o en una descripción, si fue de ti o del reflejo en que quise verte. O puede que fuera por salvarme. No sé, pero en alguna página, puede que en un margen o en una nota a pie, me enamoré. Y tal vez fue solo una frase, una referencia, un azucarillo de café, pero fíjate, la esquina doblada y el lápiz sombreando lo atestiguan: en esa página, palabra o número fuiste tan mío que tu nombre me nombraba y, cambiando el referente, las reglas y el juego, en otra realidad, otro espacio y otro tiempo, y sin dejar de ser yo, te lo juro, caí rendida y te sentí tan de tanto, tan hondo, entre las tapas y sus solapas, el título y el autor, el olor a papel viejo y a hojas nuevas, que me enamoré.
Y fue, como lo son todos los amores, una locura; yo, cargada de carne, huesos, sangre, y tú, tinta, tinta, tinta. ¿Cómo besar unos labios que no besan ni hablan? ¿Cómo abrazar el vacío y pretender que sea tu cuerpo? ¿Cómo bailar en cada hojeada sin cortarse? Y las preguntas que rebotan, de una yema herida a la otra que no termina de cicatrizar, y que van y vienen, del principio al fin, del epílogo al prólogo, se detienen en cada capítulo, en sus páginas, incluso en aquella en que sin saber cómo, cuándo, dónde ni por qué, me enamoré.
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Suena: When the Love Falls, Yiruma.
Desde mi ventana: algunas luces al fondo en este día de rosas y libros que expira lentamente.




Este relato también puedes encontrarlo en mi libro: Mi propia ingravidez.


domingo, 9 de marzo de 2014

Ese puñado de palabras mal dispuestas.

 Y las frases se quedan en suspenso, como si cada uno de nuestros silencios fueran los tres puntos de la intriga, del qué pasará, qué vendrá después del aire que dejan tras de sí nuestras palabras, la cadencia inacabada, el sonido que no es y, aún así, su vacío resuena, resuena su inexistencia hasta llenar el espacio, hasta rebotar en las paredes y golpearnos de lleno, en la sien, en la cabeza, en el pecho. Y luego seguir, seguir cada cual por su camino, como si nunca antes hubieran empezado ese puñado de palabras mal dispuestas que no pueden llamarse frases, que no constituyen una conversación, y, sin embargo, ahí están, ahí se van, ahí se mueren al despedirnos, al marchar con la incertidumbre de si volver la vista atrás.
 Puede que eso lo resolviera todo, darnos la vuelta y recoger las palabras que nunca perdimos, lanzárnoslas al rostro, hasta que escuezan y piquen los ojos. Y ya, entonces sí, sin intrigas, sin puntos suspensivos, sin una hermenéutica de la carencia, del abandono y la orfandad de las sílabas, nuestras frases habrán acabado y sólo restará el borrón, la precisión, la rotundidad, el enérgico estrellarse una única vez el bolígrafo contra el papel, ponerle punto y final a esta historia que, como nuestras frases, tiende, tiende, tiende y nunca alcanza, y su no llegar nos golpea en el pecho con cada tentativa de huir, de atravesar la piel con cada latido, y no más puntos, sólo uno, ya no suspensivos, ya no más, ya sólo el definitivo, el final.

 Fíjate. Tendremos que aprender a hablarnos sin andaderas que acaben con nuestras palabras para ser nosotros quienes acabemos en ellas.
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Suena: Skinny love, Birdy.
Desde mi ventana: noche de domingo, algunas luces al fondo.

domingo, 23 de febrero de 2014

La vio sonreír.

 Y la vio sonreír, con el sol en sus ojos entornados y el frío recortando su figura.
 Él la vio sonreír, aún sin saber si tendría algún motivo para hacerlo, y se quedó prendado de esa curvatura, de las comisuras elevadas, del carmín que se habría olvidado en alguna porcelana, en algún café, en cualquier mesa y conversación. La vio sonreír y le pareció tan hermosa que una punzada en el pecho le obligó a detenerse levemente, a contemplarla con su música, con los mechones en su vaivén, con el tarareo entre los dientes. ¿Y cómo nadie podía darse cuenta de aquello? Echó a andar, dejándose el rostro en sus pasos, en esos labios que se perdían en un horizonte que iba quedando atrás, por mucho que procurara evitarlo, que se partiera el cuello en dirección contraria al ritmo de sus zapatos. ¿Volvería a tropezarse con esa boca…?
 Cuando, de pronto, ella abrió los ojos. El sol seguía cegándola y el aire entrecortando su respiración, pero él había dejado de mirarla y ella, de sonreír.

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Suena: La vi bailar flamenco, Andrés Suárez

Desde mi ventana: el cielo impresionantemente azul, la Sierra inmaculada y recortada a lo lejos… sol, pero frío, mucho frío.