lunes, 31 de octubre de 2011

Desórdenes de altura.

Puedo competir con desórdenes de altura.
Hablo de habitaciones llenas de ropa aquí y allí, de zapatos repartidos por el suelo sin ton ni son, de papeles sobre la mesa, sobre la cama, sobre la silla y retazos de historias escritos en ellos, de bolígrafos sin tinta y otros que sí que pintan, de calendarios que aún siguen en el miércoles pasado y un reloj con la hora de verano.

Puedo competir con desórdenes de altura.
Hablo de libros medidos por sus frases, por el número de esquinas dobladas y palabras subrayadas, no por sus páginas, sino por lo que se encierran en ellas, por los autores que las escribieron y por el modo en que hice mías sus palabras, por la forma en que adopté alguna de sus ideas o sus tendencias a escribir de un modo u otro.

Puedo competir con desórdenes de altura.
Hablo de tonterías, de manías raras o absurdas, de lo común que es creerse diferente y de la dualidad de lo camaleónico, de lo que acontece cuando el animal se encuentra ante el espejo y el mecanismo de defensa no es otro que ser él mismo, siendo un camaleón ante su propio reflejo.

Puedo competir con desórdenes de altura.
Hablo de comer a deshoras, de no comer o comer hasta la gula que no sacia, de desayunar churros media hora antes de sentarse a la mesa, de los regalices en el cajón de la ropa interior y de cocinar a la par que se va probando el plato o, más bien, de probar el plato y que, milagrosamente, quede algo que cocinar.

Puedo competir con desórdenes de altura.
Y hablo de todas esas cosas que importan y a la par dan igual. Los desórdenes siempre se me han dado bien, pues dentro del caos parece que cualquier explicación es válida y no hay que justificar demasiado, aún cuando me empeñe en encontrar todos y cada uno de los motivos que llevaron hasta él.

Puedo competir con desórdenes de altura, sí, pero, qué más da si al final, lo que vale son los órdenes que, por mucho que los ignores, siempre vuelven.

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Suena: Ad ogni costo, Vasco Rossi
Desde mi ventana: cielo azul, una nube de algodón blanco y otra algo más oscura tratando de ocultarme uno de los picos de la Sierra.

martes, 4 de octubre de 2011

Puzzles emocionales.

Ese septiembre que era su adolescencia llegó corriendo, mientras la mochila le golpeaba la espalda y el corazón latía con fuerza por la carrera, pero también por el recuerdo. No hubo lugar para la duda más allá de los segundos de rigor, esos que sabía que estaba perdiendo pero que también necesitaba.

Lo comprendió en seguida, todo encajó en los vulgares límites del puzzle que era su vida y que estaba reconstruyendo, recomponiendo, creando incluso. Después de toda una década empeñada en destruirlo para poder llegar a conocerse lo suficiente, esa era la última pieza que le faltaba. Lo supo en ese momento, como lo había sabido siempre.


Y el Destino le había dado tantas señales que ya le era imposible ignorarlo.


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Suena: Jessie's Girl, Rick Springfield.

Desde mi ventana: está bajada la mosquitera y una de las hojas ligeramente abierta.