jueves, 8 de febrero de 2018

Soledades


 La soledad es el eco de mis propios ruidos en un piso vacío, la oquedad de las habitaciones frías y la intrusión violenta de esas otras vidas, las de los vecinos. Es también el rumor de un televisor encendido e ignorado mientras preparo algo de comer. O esa falsa compañía de algunas canciones aleatorias que se reproducen en bucle, el modo en que un estribillo asalta los labios y quiebra el silencio. ¡Cómo suena la voz propia cuando ni siquiera una es interlocutora! Esa soledad desangelada de los lugares que todavía no han sido habitados, ¡cómo se evidencia y agrieta a una misma vez! Y, sin embargo, una tarde despierto en el sofá sin ser consciente de cuándo caí rendida y otra mañana abro los ojos en un dormitorio que ya no es tan ajeno ni me provoca sorpresa o desconcierto. De pronto, los armarios han dejado de estar vacíos, los papeles y los libros han invadido toda superficie y hay tazas de té sobre el escritorio y agua hirviendo en la cocina. Entonces, la soledad vuelve a ser lo que era antes de descubrirla como ruidos delatores de mi presencia, y dejo de andar fugitiva de mí misma. Me siento un rato, le escribo y charlamos. Desde una esquina la Musa me mira con la sonrisa callada. Las dos lo sabemos: este piso está empezando a ser casa.
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Suena: algunas canciones aleatorias que se reproducen en bucle.
Desde mi ventana: ha caído la noche y todo es oscuridad sobre un patio de naranjos en Cáceres.