Me quedan planes por improvisar, promesas que cumplir y otras que realizar. Tengo un montón de tés pendientes por ahí desperdigados y unas ganas tremendas de tomarme uno en el sofá viendo algo tonto en la tele, bajo la manta. Incluso me apetece que llueva, que haga frío, me abraces y me ponga mis botas de agua rojas. No sé, hasta podría decir que no me ha importado demasiado empezar el curso, aunque se estuviera de maravilla en vacaciones. Y me apetece disfrutar de la pintura de estas cuatro paredes, del orden que acabará en caos y de los corchos que aún tengo por colgar. Me gustaría hacer una lista interminable, escuchar más canciones italianas y leer todos esos libros que me miran desde los estantes esperando que los abra. Y, por supuesto, escribir, escribir, escribir... escribir hasta saciarme, hasta aborrecer mis palabras y buscar nuevas, conseguir que las historias se hagan papel, reconciliarme con los personajes abandonados en un instante de sus etéreas vidas. Y puestos a pedir, me apetece comida basura y mejorar mi nivel de inglés, aprender italiano en serio y cocinar esa pasta de champiñones que me traje de Florencia hace dos veranos y que está muerta de risa en la despensa. O pisar las hojas que se caen de los árboles, escuchar su crujir y el crepitar de la chimenea. Asar castañas. Recordar viejos tiempos, crear nuevos recuerdos, ser funambulista en la línea del tiempo y conseguir que el día tenga más de veinticuatro horas.
Me pregunto cuántas cosas llegaré a hacer.Tengo un otoño entero para responder...
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Suena: Marmellata #25, Cesare Cremonini
Desde mi ventana: ya es de noche, los días se van haciendo cada vez más cortos...