martes, 23 de febrero de 2010

Baile de carnaval ante el espejo.

Hay días en los que se pasa rápidamente ante el espejo. Un retoque, una sonrisa fugaz, comprobar que todo está en orden y desaparecer. Son en los que se evita el propio reflejo, porque se sabe que aquello con lo que uno se va a encontrar no es muy agradable.
Al otro yo, ése que se parece tanto a nosotros pero que no lo es, de prestarle un poco de atención, lo descubriríamos mirándonos fijamente, con una reprimenda en sus labios...

Y, ¿siempre va usted de carnaval? Ya sabe, con esa máscara... que, por cierto, no le sienta nada bien...

Un espejeo de lo que nos gustaría ser.
Un papel mal interpretado; ¿un actor inexperto o un guionista demasiado exigente?

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Suena: Por Quererte -Efecto Mariposa

Desde mi ventana: curiosamente, mi propio reflejo en el cristal.

domingo, 21 de febrero de 2010

Verdades a medias.

Las mentiras siempre huelen a alcohol, tabaco y, a veces, a corazón herido. Porque tanto lo uno como lo otro seducen pero sólo traen problemas y son, en sí mismos, la máscara de carnaval veneciano que siempre estamos dispuestos a llevar; lujosa, llena de misterio, decorada y cuidada hasta el extremo.
No he conocido nunca a nadie que no haya mentido. Ni espero que se dé el caso porque ni si quiera me molestaría en ironizar sobre el asunto. Todo el mundo miente. Porque todo el mundo, sencillamente, tiene algo que esconder, algo que ocultar, algo que preferiría olvidar, hacer como si no hubiese acontecido jamás.
Desde pequeños nos enseñan que no se puede faltar a la verdad, que hay que ser sinceros, valientes y afrontar los hechos. Luego, se nos mete miedo, se nos cuentan fábulas, se nos dice que nos crecerá la nariz y hay quien vive con ese tormento hasta que descubre que, los mismos que nos han castigado son los primeros que lo hacen. Y aprendemos que las pequeñas mentiras, aquellas que se justifican de piadosas no son más que eso, una simple, llana y burda justificación. Y ahí empieza nuestra decadencia, porque piadoso es algo tan sumamente relativo que hiere.
¿Quién puede decir qué mentiras son ciertamente en beneficio del que las recibe? ¿Qué beneficio queda si la verdad siempre sale a relucir? ¿Qué...? ¿Qué...?

La verdad os hará libres.


¿En serio? Y, ¿por qué nadie hace caso de ello y muchas mentiras nos reconfortan tanto como una taza de té caliente? ¿Por qué, incluso, nos sentimos liberados al mentir? Uno siente ese alivio tan peculiar cuando, en lugar de admitir sus verdaderos sentimientos culpa a terceros de aquello que hizo o no... no te llamé porque no tenía línea, no puedo quedar porque tengo que estudiar, no aprobé porque el examen era sumamente difícil, me he comprado estos pantalones porque los otros están ya muy viejos...
Y no hay narices para admitir que la línea funcionaba a la perfección pero que no estabas de humor para hablar, que no saliste ese día pero que ni de lejos estudiaste sino que perdiste el tiempo soberanamente, que el examen no era tan complicado y que de haberle puesto más empeño habrías aprobado sin dificultades, que los pantalones te gustaron desde un principio y punto...

¿Por qué necesitamos justificarnos todo el tiempo para no sentirnos
culpables?

Sin lugar a dudas, lo mejor está aún por llegar. Es el momento en el que tu interlocutor asiente con un cabeceo y dice aquello de desde luego que los de la compañía de teléfonos están siempre igual, tú no te preocupes y estudia que eso es lo que tienes que hacer ahora ya nos tomaremos ese café en otro momento, es que ese tío siempre pregunta lo más complicado y has tenido mala suerte, es que hay que renovar el armario y ahora con las rebajas...
Nos creemos las mentiras de los demás porque es mucho más placentero, más cómodo, menos doloroso aceptar esa sarta de sandeces y excusas manidas que admitir la realidad. O, de cuando en cuando, sabemos que no nos están diciendo la verdad, pero lo dejamos estar...
No es nuestra vida. No son nuestros problemas.
¿Quién no se ha autoengañado alguna vez?
La mentira más común es aquella con la que uno se engaña a
sí mismo.
Friedirch Nietzsche.
Tenemos esa necesidad imperiosa de sentirnos fuertes...
Y una mentira, sobre todo la que nos decimos en silencio, es un atajo tan tentador...
Y, como siempre, yo no miento... tan sólo digo verdades a medias.
Puede que esta sea una de ellas.
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Desde mi ventana: Todo está ya oscuro, aunque hay tres estrellas brillando, casi parecieran guiñarme en un gesto cómplice...
Suena: So Close - Jon McLaughlin
so close to reaching that famous happy end
almost believing this was not pretend
and now you're beside me and look how far we've come
so far we are so close

lunes, 15 de febrero de 2010

Arrebatos, decisiones y otros parientes.

Siempre hay una gota que colma el vaso o un copo de nieve que quiebra la rama. No siempre tiene que ser algo malo. Muchas veces, amanecen días absurdamente normales que, a la luz de la cosa más pequeña y, por lo general, también la más tonta, acaban por tornarse en días especiales. Incluso me atrevería a decir que decisivos.
Sí, efectivamente. Ésa es la palabra. Decisivos.
Y lo son porque, efectivamente, se toma alguna decisión, valga la redundancia. Y no una cualquiera, sino una que sabemos que va a trastocarnos los esquemas. Aunque se trate de un mínimo cambio, de algo sencillo y fácil, sin demasiadas complicaciones. Porque a menudo, así es como empiezan las grandes etapas, y así es como se cae todo el castillo de naipes, con la menor brizna de aire.
Lo mejor de todo es que la decisión en sí misma no nos sorprende, ya que suele tratarse de una idea que lleva rondándonos la mente, como una especie de reto, una de esas cosas que suscitan los tan temidos qué pasaría si... Y que precisamente por eso la vamos echando a un lado, la apartamos de un manotazo, la tildamos de loca o estúpida; pero ella se sigue haciendo más y más fuerte, y espera el momento en que seamos capaces de no engañarnos a nosotros mismos y que caiga nuestro muro.
Al final no nos queda otra opción que dejarnos arrastrar por ese torbellino incesante, por ese latido desbocado, por ese sentimiento que sabemos que, pese a su fragilidad, representa la mayor de las fortalezas, de las enterezas, y nos guiamos ciegamente, casi con santa devoción. A veces, porque es la única salida y nos agarramos a ella cual clavo ardiendo. Otras, porque la rutina es demasiado asfixiante. En cualquier caso, ¿qué más da el motivo? Cuando se tiene una intuición de ese calibre, tan vital, tan necesaria, tan decisiva... ¿cómo no caer en la dulce tentación de la locura, de la aventura, del sentirse dueño de nuestras propias acciones y, quizás, un tanto inmortales?
¡Hay que tomar decisiones! ¡Hay que dejar voz al instinto!
Porque cuando el instinto habla, en realidad, somos nosotros mismos quienes le escribimos el guión.
Buenas noches.

jueves, 11 de febrero de 2010

Ingravidez.

Buenas tardes,
es la primera vez que escribo un blog fuera del Tuenti o de aquel tan olvidado Space del msn, así que no prometo nada. Por lo pronto, he logrado medio configurar la página y empezar a escribir una entrada. Bien por mí; porque mi relación con las tecnologías es más de odio que de amor, pero bueno, se hace lo que se puede.

¿Por qué mi propia ingravidez? Bueno, sencillamente, porque ingravidez es mi palabra preferida. La primera vez que la escuché, hace ya bastantes años, fue una noche de viernes. Para variar tenía encendida la radio y coincidió con un programa de Los 40 con ese nombre. Ingravidez. No sé por qué, pero me impactó y eché mano del diccionario. Lo confieso, no tenía ni idea de lo que significaba.

Estado en que desaparecen los efectos de las fuerzas gravitatorias



Y desde entonces hasta hoy.

Me parece una palabra increíble, es como si al pronunciarla pudieras sentir una libertad inmensa, como si, de pronto, efectivamente desaparecieran los efectos de las fuerzas gravitatorias y te elevases sobre la propia realidad, trascendiéndola. Y entonces, desde esa posición tan privilegiada, observases tu al rededor, con cierta perspectiva, y te posicionaras tanto en lo que conoces como en aquello que no.
Quizás lo más parecido a esa sensación sea bucear. Al sumergirte, en la piscina o en la playa, y contemplar como el sol atraviesa el agua; ver todo desde ese extraño cristal y sentir que nada tiene importancia, que los relojes han dejado de marcar la hora. Silencio. Y después esa necesaria bocanada de aire fresco, volver a emerger y llenarte de nuevas sensaciones, impresiones: gritos, risas, ruido, luz, gente.
Redescubrir el mundo.
Tal vez apreciar un poco más aquello que normalmente pasa desapercibido.

No lo sé.
Pero me gusta.


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Suena: Sei Tu -Syria

Desde mi ventana: el cielo parece descolgarse a lo lejos, nubes bajas y un poquito de Sierra Nevada, totalmente blanca.