domingo, 25 de mayo de 2014

El tiempo todas las batallas vence.

La promesa de casarnos a los cuarenta si no aparecía el amor de nuestra vida era entonces algo irrisorio, un modo rápido de solucionar una tristeza pasajera, un canto a la esperanza. Una broma entre amigos. Y quién podría habernos dicho que íbamos a ser nosotros los que desapareceríamos de ellas. O aquella otra promesa sellada con un escupitajo, porque nos iríamos de viaje juntas, a recorrer el mundo en un coche, y esa forma tan estridente de salir corriendo entre risas y gritos, atropellándonos para ser la primera en lavarse las manos. Pero, como la saliva, la amistad también acabó yéndose por el desagüe. Y aquella frase escrita en colores chillones en la agenda y la carpeta, año tras año, curso tras curso, dijimos para siempre y será para siempre, y ahora ese siempre tiene el precio de un café, una cerveza, un ocasional qué tal te va sin llegar a formar parte de los días. Y el te quiero, el modo en que se nos llenaban los pulmones y los labios, la boca y la lengua, te quiero, te quiero, te quiero… y de aquello, hoy solo queda un erial. O por supuesto, los yo te llamo la semana que viene, o la otra, y al final, la retahíla se repite una y otra vez en los momentos de rigor, cuando la cortesía puede a todo lo demás y ese todo lo demás no termina por llegar. Y la promesa de no perdernos cariño durante el verano que, tras resistir algo más de dos estíos, no pudo con el reencuentro de después. Y los volveremos que luego nunca vuelven y, de aquella primera ida, solo quedan las fotografías.
Tantos nombres que una vez fueron imprescindibles y hoy son un vago recuerdo, la nostalgia de una tarde de domingo.
—Escríbeme, te lo digo en serio. Soy una romántica, no puedo evitarlo, es algo que me encanta. Llegar al buzón, ojear rápidamente los sobres, buscar en alguno mi nombre… Escríbeme, ¿vale?
Que los años van pasando es algo que todos sabemos, pero que solo el tiempo nos demuestra. Y ahora, ya ves, todas esas cartas amarillean su soledad en el cajón de la ropa interior.
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Suena: La cita, Ismael Serrano.
Desde mi ventana: azul, jirones de nube y luz de mayo.





Este relato también puedes encontrarlo en mi libro: Mi propia ingravidez.