Admitamos, pues, amigos, el paso del tiempo y, con él, de los años.
[Pensaba escribir una entrada hoy, de ésas emotivas que llegan a la
patata. Pensaba en un brindis por todo aquello que el año pasado deseaba
fervientemente que se cumpliera y que, finalmente, no sé cómo dar gracias porque
no haya sucedido. Pensaba también en alguna bonita reflexión sobre el tiempo y
los balances, y los propósitos y las listas que se abandonan nada más
empezarlas. Sí, iba a ser un poco típica pero, a la par, original. ¡Qué raro! ¡Un
oxímoron! ¡Para mí! ¡Me lo pido! Incluso he estado tentada de escribir una
carta a mi querida yo de hace trescientos sesenta y cuatro/cinco días para
confesarle que con aquel cardado se parecía, tristemente, más a Amy Winehouse
que a Brigitte Bardot… sí, qué le vamos a hacer, Bardot, ¡y madre!, sólo hay
una. El caso es que el reloj me ha ganado la mano, y aún tengo que arreglarme
para esta gran noche donde todo parece un poco más posible.
Pero, en fin, ¿cómo explicarlo? Le tomo prestados los versos al gran
Manolo García, “si ahora pudiese estar mirando tus ojos, ¿iba a estar
escribiendo aquí esta canción?”.
Pues eso, que, esta vez, el año que se va ha resultado ser el reverso
de la canción, he escrito menos y vivido un poco más.]
[Y mirado tus ojos.
Mucho.
Mucho, mucho.]
Brindemos porque mi querida yo de dentro de trescientos sesenta y
cuatro/cinco días pueda repetir este brindis. Y porque vosotros, si queréis, alcéis
vuestras copas conmigo.
¡Feliz año!
[Y sí, dirás que aún no han dado las campanadas,
que me he adelantado
y que todavía seguimos en diciembre,
y… y tendrás razón.]
__________________________________
Suena: 93 million miles,
Jason Mraz
Desde mi ventana: el reflejo del flexo y la habitación en el cristal.