jueves, 22 de noviembre de 2012

Aún quedan árboles verdes en Gran Vía.

Y estamos en noviembre, pero aquí no dice de llover. Y tampoco hace el frío suficiente para arroparse con los recuerdos. Es todo demasiado primavera para empezar a echar de menos. Véndeme un par de ocres y otro tanto de amarillos; añade también alguna que otra hoja crujiendo bajo estos pies que ya no recorren el camino, y los pasos, ahora opacos y vacíos, han dejado de ser carrera tras tu sombra. Aunque haya sol y pocas nubes, aunque esta semana haya amanecido vestida de niebla, y yo tan desnuda en esta estación tan intempestiva.
Nuestros trenes hace tiempo que dieron su último aviso, y ya no hay andén en el que agitar pañuelos blancos; tal vez porque nadie los use. O quizá porque nunca tuvimos una despedida, este otoño se ha vuelto mayo para que sigamos sin merecérnosla; yo, por no haberme ido del todo, tú, por estar solo a medias. Ni siquiera somos el último humo de la realidad que se evapora; aunque al final eso sea lo único que nos quede, frases robadas a filósofos. Puede que mañana me disuelva en tu café, o que te guarde entre las páginas de un libro. Puede que después de tantos años haya que invertir la historia, como si así pudiéramos reajustar cada una de nuestras estaciones perdidas, y nuestros trenes no vuelvan a cruzarse. No sé, que esta vez los pasos a nivel tengan todos barrera, para avisarnos del peligro, para evitar la catástrofe.
Mientras tanto, cuento las hojas de Gran Vía, que puestos a contar, a veces es mucho mejor que contar cuentos. Al menos, todas las hojas acabarán cayéndose. Incluso estas verdes.
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Suena: L'amore si odia, Noemi ft. Fiorella Mannoia
Desde mi ventana: nada de ventanas hoy, la ventanilla del autobús.





Este relato también puedes encontrarlo en mi libro: Mi propia ingravidez.