domingo, 4 de abril de 2010

El eterno Callejón del Aire

Cuando tienes por delante casi tres horas donde las emociones más intensas se mezclan a partes iguales con el temor a que se mueva la teja, aunque sea sólo un milímetro...
Cuando el dar más de tres o cuatro pasos puede considerarse ir muy rápido y el que la vela no se apague es toda una misión imposible...
Cuando hay calles donde la gente se agolpa a ambos lados y otras que quedan mayormente desiertas, para sumar las últimas en las que algún que otro pueblerino se cruza por medio...
Cuando empiezas a no sentir la punta de la nariz y te sorprendes de seguir notando los pies dentro de los tacones...
Cuando afirmas que no tienes frío, que vas bien y no hay quién no diga que es cierto, que se ha quedado una noche estupenda, la mejor de muchos años...

Cuando todo eso pasa, y más importante aún, cuando pasa a la vez, dispones de cada uno de los elementos necesarios para lanzarte de lleno, queriéndolo o sin querer, a pensar. Y acabas ordenado, por fin, esa leonera que tenías por vida, estableciendo y reestableciendo prioridades, zanjando asuntos pendientes, descubriendo ideas que creías olvidadas, otros enfoques sobre aquello que te atormentaba, anhelabas o, simplemente, se paseaba a sus anchas por tu mente.
De pronto, lo tienes todo asombrosamente claro. Ése es el momento en el que inspiras fuertemente, sientes a la noche descendiendo hasta alcanzar tus pulmones, recorriendo cada milímetro de tu ser, invadiéndote, casi creándote como una persona totalmente nueva, tan cerca del delirio como del éxtasis...
Entonces sientes que tienes una nueva oportunidad, algo así como una vida de segunda mano, que suele ser una versión más idílica y renovada de la que ya tienes. Te abruma la posibilidad de ser capaz de resolver absolutamente cualquier problema que se te presente; quizás el cambio climático o la crisis no, pero sí ésos más pequeños, los cotidianos, los de a pie, aquellos que verdaderamente causan estragos alterando la tranquilidad de las conciencias, las almas y, quizás, de algo más que late frenéticamente...

Pero, al final, y a traición, queda el Callejón del Aire, donde siempre hace frío y duelen los pies, la suave brisa se vuelve una mala compañera, las velas se apagan, las emociones desembocan en su propio nacimiento y la mantilla parece no encontrarse nunca en el lugar adecuado.
Entonces las vidas de segunda mano ya no importan tanto, porque no se diferencian demasiado de la que estrenaste hace diecinueve años.

Probablemente, a esas alturas ya te duele la cabeza.
Y no precisamente por culpa de la peineta.
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Suena: Vértigo, de Ismael Serrano
Desde mi ventana: hoy no escribo frente a una ventana...

1 comentario:

  1. Qué difícil es tener, a diario, unas cuantas horas para uno, ¿no? Una de las razones por las que La Semana Santa me gusta es precisamente esa. Cuando te pones el capirote o te embarcas en un camino tú sola, entretenida, viajando por derroteros que no creías que pisarías nunca más, reflexionando, viendo caras que no habías visto antes, sabiendo que ellas no te ven, que no pueden descifrar tus reacciones, que sólo estás tú, tú y tus cosas. Después de tanto tiempo... No sé, explicaciones inexplicables, que me gusta y punto.

    Alguna vez, todos hemos deseado vidas de segunda mano..

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Pasen y vean.