domingo, 30 de mayo de 2010

Zapatos de tacón.

Aquella tarde de febrero, cuando comprendió que todo se iba a pique, cuando supo que no le quedaba una segunda oportunidad, ni siquiera un triste as en la manga, se calzó los tacones más altos que tenía, casi diez centímetros de vértigo, y unos cuantos más de minifalda. Se pintó de rojo los labios y se echó más rimmel que de costumbre, alargando sus pestañas hasta el ingrávido límite de sus ojos, espantando a sus fantasmas. Y así, con una falsa sonrisa de suficiencia, salió a la calle. Pisó fuerte. Hizo que unas cuantas miradas la siguieran más allá de las fronteras de su bolso, de su colgante, de los rizos que ondeaban como bandera de su corazón, ni blanca ni dando tregua, sino como bucle y descenso hacia el lugar del que ella provenía, el que aún no había abandonado ni lo haría del todo jamás; de los labios que todavía no había besado...
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Suena: Cómo decirte, Marwan
Desde mi ventana: increíble, pero la Sierra aún tiene mucha, mucha, mucha nieve; una nube blanca se pasea a sus anchas y el cielo brilla azul. El último domingo de mayo.

1 comentario:

  1. A veces sólo nos queda el maquillaje vacío. Yo no me maquillo, procuro definir la naturalidad. Hace años que dejé de ponerme minifalda, y con los tacones me duelen los pies.
    Pongo la misma canción que tu escuchabas al escribir mientras te comento. Quizás así, te entienda mejor.

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Pasen y vean.