jueves, 8 de julio de 2010

Los autobuses y su falsa intimidad

Creo que en otra ocasión ya he hablado sobre lo mucho que me gustan los autobuses. Y muy especialmente los autobuses de línea, los que te llevan a un destino distinto, los que duran como mínimo una hora y los que tanta gente detesta. Tienen el don de transmitir esa falsa intimidad en la que uno se siente arropado, protegido.
Y, entonces, se baja la guardia y no queda otra que confesar...
Llevaban ya un buen rato en sus asientos, número treinta y tantos y seguido. Hablaban de cosas triviales y de los planes que tenían para ese día, para esa pequeña escapada a la playa. Del tedio del viaje, de aquello y de lo otro.
-Venga, va, cuéntame algo.
-No sé, ¿qué quieres que te cuente?
-Ya sabes, alguna de esas cosas tontas que tanto nos gustan...
Y cayeron las murallas. Se rompió el lacre de sus labios y fluyeron ríos de palabras. Todas en torno a un pronombre: él. Dos letras, la primera con tilde, por favor. Así, en un instante, en un momento, la eternidad del universo se concentró en ese pronombre. Y los ojos le brillaban, porque siempre le brillaban cuando hablaba de él.
-¿Y tú?
-¿Yo, qué?
-¿No tienes nada que contarme?
-Mi vida es tan monótona...
Pero igualmente caían las murallas, porque siempre había algo que contar. Un comentario, una idea, una fugacidad a veces perdida, a veces encontrada. Y de nuevo él. Otro él, pero las dos mismas letras, el mismo pronombre, la misma tilde y el mismo rasguño a su paso. Y, claro, los ojos también le brillaban, porque siempre brillan cuando se habla de él.
Y después risas, bromas, otra vez trivialidades, otras personas, mirar por la ventana, el sueño, el tedio, y una curiosidad, algo que de pronto pasa por la mente y que vuelve a llevarlas a él, a la omnipresencia del pronombre.
Los pies, por supuesto, encima del asiento, la postura imposible de aguantar más de diez minutos seguidos. Alguna queja, imposible estarse quieta. Y las confidencias surgen como quien no lo quiere, con la grandeza de las cosas pequeñas, las que se deslizan sinuosamente, las que unen de verdad, las que sólo se pueden compartir con una amiga...
-Pufff... estoy deseando llegar ya...
-Y yo...
-No soporto los viajes en autobús, son lo peor.
-Pues a mí me encantan.
-Eso tú... que estás loca...
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Suena: la radio, Cadena 100.
Desde mi ventana: un falso nublado que desprende demasiado calor... viento del Sáhara, dicen.

2 comentarios:

  1. ¡Hola!
    Te he descubierto gracias a una página de tuenti de blogueros escritores, ¡y qué suerte!
    Me encanta como escribes, ¡de veras! Esa escena en el autobús, ese todo en torno a "él".
    ¡Fascinante!
    Nos leemos si quieres^^
    Mi blog:
    http://sf-silence.blogspot.com

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Pasen y vean.