lunes, 30 de agosto de 2010

Entre las montañas.

La vida pueblerina es distinta, transcurre como en otra franja horaria, en una dimensión diferente donde las agujas van más lentas y el sol es la única referencia para medir el tiempo. Las calles son de trazado irregular, de casas bajas y casas altas, todas encaladas y engalonadas con macetas en el enrejado. Me pregunto cómo sería en los tiempos en que las muchachas se asomasen y se dejaran cortejar a través de esas rejas, cuando algún hombre quisiera hablarles, y se pateara la calle ya para arriba, ya para abajo en una clara muestra de profunda paciencia o, quizás, de amor de ese que nos venden las abuelas en sus historias.
En el pueblo las campanas de la iglesia te persiguen allá donde vayas, a y cuarto, y media, menos cuarto y las enteras. El murmullo de las vecinas al saludarse y un par de gritos infantiles tampoco escapan a tus oídos. Pero ni siquiera molestan, porque se acoplan al silencio, al vuelo de las moscas...
Y, después, cuando cae la tarde y el sol empieza a esconderse tras las montañas, los lugareños sacan sus sillas a la puerta de la casa para dar comienzo a la tertulia. A veces, son de anea, otras, hamacas, pero la esencia, lo que de verdad importa, eso nunca cambia. Se ve pasar la vida mientras se curiosea en la ajena y, poco a poco, va refrescando, se hace necesario la rebequilla o se termina por pasar dentro, a los patios, donde la vida sigue brotando bajo las parras o a la sombra de un ciruelo.
-¡Madre mía! ¿Has visto la zagala? ¡Si está hecha ya toda una mujer! Y de novios, ¿qué? Porque tan guapa...
-No, de novios nada, que sólo traen problemas...
-¡Ay, qué graciosa la niña! Pues sí, pues sí, ya tendrás tiempo de novios. Aunque zagales que te ronden, seguro que no te faltan...
-¡Calla, calla! Que como se entere su padre, le da un infarto...
Y así, lentamente, transcurre un día tras otro.
Un pequeño paréntesis, un lugar donde todo es posible y, sobre todo, donde lo único que se escapa de las manos es el tiempo...
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Suena: ese murmullo que se acopla al silencio, al vuelo de una mosca...
Desde mi ventana: Vélez-Blanco

2 comentarios:

  1. :)
    Nunca viví en un pueblo, pero seguro que si lo hubiera hecho, extrañaría algunas de las cosas que cuentas.
    ¡Un besín!
    Pd: te re-invito a mi blog :)

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