martes, 2 de marzo de 2010

Sonría, por favor.

Hace algún tiempo ya, alguien me dijo que la sonrisa es el idioma universal con el que se entiende la gente.
Fue estando en un país distinto, cuando se me acercó una mujer extranjera como lo era yo en aquel lugar. Creo que me hablaba en alemán, pero vaya usted a saber ahora de qué lengua se trataba realmente, y huelga decir que ni la entendí. Ante esa abrumadora sensación de no poder comunicarme con ella, de no tener ni idea de a qué atenerme, no se me ocurrió otra cosa más que sonreírle. Y, he de reconocerlo, en aquel momento me sentí rematadamente estúpida; casi pillada en falta. Para mi sorpresa, la señora me brindó una sonrisa sincera, de ésas que rara vez se ven, y me apretó fuerte el brazo, como sólo saben hacerlo quienes te comprenden más allá de las apariencias. Y desapareció.
Ahí fue cuando me volví a mi acompañante, visiblemente azorada, y aún sonriendo.
Hoy volví a recordar esas palabras.
En el autobús, sentada entre un par de marujas cuyas voces, pese al elevado volumen de mis auriculares, me han puesto al día de todas sus enfermedades, encuentros y desencuentros, productos de oferta y casos de timos particulares, he descubierto una de esas sonrisas tan especiales.
Ha sido una niña pequeña, quizás seis o siete años, con un anorak rosa, parecido al que yo tenía cuando era más chica. Iba de la mano de mamá y daba saltos haciendo lo imposible por pulsar el botón de parada. En un instante nuestras miradas se han cruzado. Por inercia he sonreído ante sus esfuerzos por demostrar lo mayor que era. Pero la sonrisa que me ha regalado ella podría haber detenido el mundo si hubiese querido. Y, después, una carcajada inocente, como si la hubiese sorprendido haciendo una travesura.
Mamá le ha regañado por dar saltos y no comportarse como es debido en un autobús. Ésa era su parada. Igual que aquella mujer, también la niña ha acabado por desaparecer.
Y es que creo que todo lo que me ha dicho con esa ligera, sencilla e increíble curvatura de labios no puede describirse. Me lo guardo para mí.
Pero sí, al fin y al cabo, la sonrisa es el idioma universal.
Nunca te guardes una sonrisa, no sabes quién puede necesitarla.
(Y sí, vale, aunque está muy visto, tampoco sabes quién se puede enamorar de una sonrisa...)
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Suena: Dímelo a mí -Eros Ramazzotti
Desde mi ventana: lluvia, nuebes y ni rastro de Sierra Nevada; el sol de ayer fue sólo una pequeña tregua.

3 comentarios:

  1. Sonríe, puede que mañana te falte un diente. (Siempre me ha hecho reír esa frase....)
    Esta entrada inspira buenas vibraciones, que lo sepas.

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  2. AH!!! y que sepas que me encanta que estés aquí, que me flipa leerte y que me alegra que me hicieras caso.

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  3. Solo trato de vivir sonriendo...

    http://quellevodentro.blogspot.com/2008/12/sonreis.html

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Pasen y vean.