jueves, 27 de octubre de 2016

Que por mí sí quede

No voy a correr detrás de tu sombra ni llevaré aguja e hilo por si acaso se te descose y me necesitas. No te mostraré las palmas de mis manos, abiertas y surcadas por tantas líneas que quizá nuestro futuro estuviera en alguna de ellas y, ya ves, cierro el puño sin que se destruya, sin que se desdibuje. No te cogeré del brazo como quien no quiere la cosa en mitad de un paseo ni tu teléfono sonará a una de esas horas para las que mi voz se excuse preguntándote si es demasiado tarde para charlar un rato. No te miraré fijamente a los labios ni pensaré cómo sería besarlos, me conformaré con la cortesía y algún que otro arrebato, alguna exaltación o esperaré a que tu equipo favorito gane ese partido decisivo. Estaré a tu lado y contemplaré tu belleza como quien admira hoy un templo griego y no teme a sus dioses porque sabe que dejaron de habitarlo hace siglos. Y te veré envejecer el tiempo que quieras mostrarme tus canas, tus arrugas y las heridas de la vida que se van volviendo costra sobre la piel y la juventud. Beberemos vino y no nos parecerá un exceso, comentaremos la última analítica y los pagos de una hipoteca que nunca será nuestra. O puede que desaparezcamos y sea una canción la que nos haga volver en medio de un atasco de camino al trabajo o en una carretera al comienzo de un viaje. No te contaré todo lo que te ofrecerían mis brazos, mi pecho y mi regazo. No te hablaré de lo contagiosas que pueden llegar a ser mis carcajadas porque tú también te has reído con ellas y nuestra felicidad ha sido un eco lejano.
Llega una edad en la que aprendes a cambiar el instinto suicida por algo que no sé cómo se llama, pero que acalla los condicionales, los “¿y si…?” dejan de atormentar y hacen cierta compañía. Una edad en la que ya no es tan seductor eso de arrojarse a los callejones tortuosos de la vida para insistir una vez más sólo porque el último brillo en sus ojos, la última palabra en su boca, el último gesto de sus manos se queda clavado en la retina y parece una invitación, la última quizá, para seguir intentándolo.
Ahora te imagino y sonrío pensando que ojalá esa edad me hubiera sobrevenido hace años.
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Suena: Gigante con miedo, Fran Fernández
Desde mi ventana: El sol se cuela tímido por la calle, rompe el gris del cielo y del empedrado. El balcón de enfrente, como siempre, está cerrado. No es mi ventana, pero podría serlo.

1 comentario:

  1. Fíjate si han pasado años y aún no se cómo se llama "eso" que acalla los condicionales, pero te garantizo que existe y que le conozco bien.

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Pasen y vean.