jueves, 5 de enero de 2017

Tu puerta


Te diría que el otro día pasé por tu calle y me detuve unos instantes frente a tu puerta igual que el asesino regresa al lugar del crimen, aunque el cuerpo y la casa estén fríos, y encuentra cierto placer en ello. Fue un tiempo impreciso y escaso, como si una capa de casualidad pudiera revestir la premeditación de mis pasos, estos pies que piden a gritos que les sea devuelta su rutina y su camino. Fue un tiempo impreciso y escaso, de esos que no llaman la atención ni levantan sospechas entre los vecinos; ya sabes, pasaba por aquí. Me detuve frente a tu puerta y a mis dedos les quemaban las yemas y no encontraron el modo de apagar ese fuego. Podría haber tocado el timbre a sabiendas de que su eco resonaría por la escalera y ya está, que la puerta no se abriría; podría haber salido corriendo como los niños que buscan divertirse a costa de cualquiera. Sin embargo, no hice nada, sólo contemplaba la madera y el edificio desde la otra acera.
Te diría que las ventanas estaban cerradas y la persiana en su sitio, como si acaso ese hubiera sido el motivo de guiar hasta tu calle mis pasos: comprobar que todo estaba en orden. Luego seguí andando y lo demás, las aceras, las obras y los comercios, también seguía igual; jodidamente igual. Suele suceder con las ausencias que el mundo no se detiene a llorarlas, pero estos ojos han sido embalse y pantano, torrente y río, porque estos ojos se deben a mi vida y no al mundo. Llegué hasta la fuente y el agua manaba generosa y fría; cortaban la piel y los labios esa gota torpe prendida en la comisura izquierda de la boca, ese aire con complejo de cuchillo. Y era tan temprano que pareciera que habitaba una ciudad fantasma, una ciudad herida sin tu abrazo.
Te diría que después vino la urgencia de las burocracias a deshacer el hechizo y sus ficciones, que se impuso al recuerdo nostálgico y a la espera vana de escucharte pronunciar, entre todas tus palabras y todas nuestras llamadas, ese verbo que sacude a los amantes, ese que se vuelve acorde rendido y desesperado. Y sin dejarlo todo, si me lo hubieras dicho, no me habría detenido en tu puerta el tiempo suficiente para no levantar sospechas, para constatar que tus ventanas estaban cerradas y que, de toda la ciudad, tu ausencia sólo podía sentirla yo.
Hacía un frío del demonio la mañana que pasé por tu calle y volver al lugar del crimen tampoco pudo reconfortarme.
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Suena: Pasaba por aquí, Luis Eduardo Aute
Desde mi ventana: en el cielo de la noche se adivina alguna estrella y alguna luz en alguna casa.

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