Amor
mío, algunas tardes he aguantado despierta sólo por ver cómo el tiempo va y
viene al ritmo de tus respiraciones y latidos. Y he visto también a la vida
detenerse en ese breve intervalo entre el aire que se escapa por tus labios y
aquel otro que después te llena los pulmones. Esa imagen ingrávida y tierna,
tus labios entreabiertos y tus ojos cerrados, me ha dado tanta paz que donde
antes había minas, ahora mi cuerpo ha hecho brotar margaritas, y no necesito
deshojarlas porque duermes dentro de mi abrazo y las sábanas que guardan
nuestra calidez son trinchera y refugio; no se me ocurre otro lugar del mundo
en el que prefiriera estar. Cuánto me pesa, amor mío, deshacer el hechizo,
aunque sean mis dedos mesando tu cabello o mis labios con complejo de mariposa
sobre tus mejillas los encargados de romper el sortilegio, de devolverle al
tiempo sus minutos y al mundo su frialdad. Quién pudiera detener sus manecillas
las tardes que duermo contigo; esas tardes en las que tecleo despacio, casi en
voz baja, y te miro.
Suena:
Dormido, Meritxell Naranjo.
Desde
mi ventana: esta primavera que no termina de romper, el aire frío de la Sierra
se cuela entre la ropa y la piel y a mí me faltas tú en estas sábanas.
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