Yo había imaginado muchas vidas
antes de ésta, antes de que llegaras tú a cumplírmela con esos aires de falsa
modestia que sabes que me irritan. Yo las había imaginado a tanto color que,
incluso en blanco y negro, se volvían tan reales como para que Rick fumara de
mis labios y nos llorasen las manos de Sam al piano. Yo las había imaginado con
tanto detalle que podía volver a cada una de ellas igual que se consulta un
diccionario: con los dedos recorriendo las páginas y subrayando con las yemas,
una a una, cada palabra.
Ya ves, me sabía de memoria mis
ficciones: la puerta de una casa que no podía ser, las llaves dentro de un
bolso que nunca tuve, el taconeo por el pasillo y ese maldito sofá lleno de
subjuntivos esperando a que volviese cansada del trabajo o de imaginarme otras
vidas. Todas esas que ahora se esconden para verte pasar, que te espían y se
preguntan entre dientes en qué momento las hice a un lado, cuándo fue que
cambiaste mis modos por el indicativo, que me llenaste de presente las manos. Yo que las había imaginado con la misma vehemencia con que un niño aprieta los
puños y cierra los ojos con fuerza para apagar las velas de su tarta; yo que
había soplado tantos dientes de león y seguido el rastro fugaz de las
estrellas, dibujado mensajes en la arena, escrito en los pupitres y en los
márgenes de los apuntes. Yo que tenía tantas vidas a las que acogerme, a las
que acudir para refugiarme, me encuentro con que no me dan asilo desde que tú
me nombras. Están molestas porque a ellas no les araño la espalda sino las
entrañas, no les beso la frente, sino que mis labios, con ellas, solo saben a
nostalgias.
Hay que ver cómo he hecho de
ellas unas celosas que se ocultan allí donde pueden, donde encuentran un triste
recoveco que aún no conoce la forma en que tus dedos enredan mis mechones
rebeldes y los peinan detrás de mis orejas. Ellas, que tan rápido crecieron al
recorrer taconeando ese pasillo, al dibujar una silueta en el sofá y ponerle un
rostro que nunca fue el tuyo. Y, joder, llegaste tú para cumplirlo, para sacudir
de subjuntivos el sofá, sentarte y decirme: «venga, ven, pon las piernas en
alto», y acabar en caricias o estallar en orgasmo; dormirme en tus brazos,
despertar en tus labios. Reírme a pleno pulmón de esta vida y de todas las que
imaginé y, sin embargo, eran tan tristes porque no eran a tu lado.
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Suena: Pequeña criatura, Ismael Serrano.
Desde mi ventana: mi ventana es hoy su ventana, su balcón, su calle y las siluetas que la cortina dibuja y desdibuja a su lado. Por fin corre algo de aire.
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Suena: Pequeña criatura, Ismael Serrano.
Desde mi ventana: mi ventana es hoy su ventana, su balcón, su calle y las siluetas que la cortina dibuja y desdibuja a su lado. Por fin corre algo de aire.
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