Que alguien me explique esta extrañeza, este sentirme
ajena de mí en la piel y las paredes que me son tan conocidas.
Será que este septiembre el mar no es nostalgia de la
despedida, que no se difumina en el retrovisor de mi coche, ni se pierde su
olor al subir las ventanillas. Será que trato de invertir las coordenadas de mi
añoranza y aprender los colores de las olas ahora que se aproxima el otoño y
aquí no hay hojas que crujan bajo mis zapatos. Será que soy consciente de los
años y temo que el mar me devuelva todo lo que en él fui enterrando cuando mi
presencia era sólo una visita, cuando siempre había, con profunda pena, un
billete de vuelta.
¡Qué torpeza la nuestra! Como dos amantes que han dejado
de esconderse, ahora dormimos pegando espalda y vientre. Pero hay noches, lo
confieso, que me despierto sobresaltada por la compañía. Me pregunto si estos
huesos de secano se acostumbrarán al abrazo húmedo y salado, a no saber si el
oleaje es arrullo que mece mi sueño o vaivén que presagia el mar de fondo…
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Suena:
las olas que rompen y me rompen.
Desde
mi ventana: el mar.
<3
ResponderEliminarEse rumor que arrulla o presagia mar de fondo, es silencio de una cama que no patina en el sueño de las noches de septiembre. Malena, huérfana, busca el calor de otros cuerpos. Mientras, en los nidos de antaño, no hay pájaros hoganño.
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